miércoles, 25 de mayo de 2016

MULTA

Viendo hace poco la televisión, durante un telediario de no sé qué cadena porque, al fin y al cabo, estas noticias se repiten, hablaban de un político o empresario o banquero, no recuerdo bien, que había defraudado a Hacienda una barbaridad de millones. Millones de euros, esas cosas que no mucha gente tiene ahora mismo. Este colega (lo llamo así y quien lea esto enseguida lo entenderá), se había embolsado de forma fraudulenta unos treinta y pico millones de euros, por un lado, y unas minucias de miles por otros. Vamos, un escándalo en toda regla, tras lo cual pensé que lo más normal sería que ese compañero fuese a la cárcel sin pasar ni por la casilla de salida; ni un juzgado hubiese sido necesario. Lo esperaba con todas mis fuerzas, ahí sentado en mi sofá viendo como este menda había robado más dinero del que una persona normal podría imaginar, tener o incluso necesitar. Necesitar, esa era la clave, pues quién va a necesitar semejante cantidad de dinero para vivir. Pues alguien normal, no, desde luego. Pero un superhombre... Ahí cambia la cosa. Un superhombre necesitaría ese dinero, el del banco del al lado, el de tal o cual empresa y hasta el de una viejecita que pase por la calle. Calla, que eso último igual ya es así. Pero bueno, yo me pregunté por esa necesidad, si no sería avaricia pura y desmedida de alguien enfermo. De ser así, todo mis respetos a alguien con ese tipo de patología. Pero no, no iba por esos derroteros el asunto. No se trataba de que mi colega no hubiese calculado bien, fuese un avaro sin remedio o sus ideas no estuviesen claras; al contrario. El defraudador de pro lo tenía todo pensado, estoy seguro.

Dándole vueltas al asunto e intentando salir de mi asombro, me paré en una idea que me cruzó la mente, fugaz. A tenor de lo que veía en la pantalla, este tipo no había sufrido gran cosa en cuanto a la pena que le tocaría por el delito en cuestión. Más bien le sucedía algo bastante diferente, pues aparte de los habituales “juicios mediáticos” a los que tan acostumbrados nos tienen, parece que el sistema judicial le daba unas palmaditas en el culo y, con esa voz condescendiente de quien reprime cariñosamente a un niño, le animaba a no volver a repetirlo. “¡Ay, pillín! Que no te vea hacerlo otra vez, ¿vale?” Que así de entrada, dices tú: “Macho, un poquito de seriedad y sacarle los cuartos al mangante este”. Pero eso es porque somos unos desconfiados y renegados de la patria madre que nos amamanta desde pequeñitos. Nosotros, tan radicales y antisistema por capricho, pensamos que todo lo que nos hace el estado, esas cosas que no acabamos de entender bien sino como un tradicional “puteo”, es por fastidiarnos un poquito. Y es que nos los merecemos por idiotas. De verdad, parecemos retrasados al no darnos cuenta de lo que en realidad es el propósito de todo eso. Y es que nada de castigos ni multas ni sanciones, la cosa no va de eso. Si nos fijásemos bien, entenderíamos que el único deseo de nuestros gobernantes y reguladores es que espabilemos. Empanaos, que somos unos empanaos. Y el ejemplo lo tenía yo en ese momento delante de las narices. Roba, colega, roba, pero roba a lo grande que es cuando no ocurre nada. Que no se te ocurra enganchar la luz de otro lado, o trucar el contador para llenar la piscina o regar, o tocar unas canciones de otros artistas en una boda. O deja de pagar intereses excesivos en el banco, a ver qué pasa... Ojo, que no defiendo esas prácticas, pero es que además son minucias y, por tonto, te cascan la multa de tu vida. La cosa estaba clara: hay que robar, pero robar a lo grande, como los ricachones de verdad.

Y por eso, y ahora entenderéis porque llamaba colega al defraudador de la televisión, he decidido matricularme en una escuela de ladrones. Como suena. Hace poco me inscribí en una academia —muy profesional— donde te forman como defraudador de los buenos. Tenemos clases de estafa bancaria y diseño de productos financieros, nos enseñan también dos profesores sobre cómo estafar con tu eléctrica de turno y hasta hay un experto en impuestos que, en contra de lo que yo pensaba, no nos dice cómo evitarlos (eso parece que se da en segundo), sino a cómo hacerlos para robar de forma legal. No vamos a arriesgarnos a ir al trullo en primer curso... De lo más interesante que he estudiado en mi vida. Y la clase de cómo endurecerte el cutis con ejercicios específicos para que todo te resbale y aparecer bien en la tele, esa me encanta. Es una escuela privada y secreta a la que van los mejores banqueros del país y alrededores. Tan exclusiva es que la matrícula cuesta un dineral, pero bueno, en eso me he adelantado un pelín y quería demostrarles que tengo aptitudes, así que les he dado datos bancarios falsos.


El caso, y por eso escribía esto, es que hoy he recibido la nota de la última práctica. Mal, la verdad es que bastante mal. Tenía que engañar al estado solicitando una prestación por desempleo y, llegado el final de esta, no renovar el alta como demandante pero seguir cobrando cerca de once días por el morro. No era gran cosa, pero me ilusionaba pegarle un palo pequeñito al estado, así por detrás y con sonrisilla de pícaro. No ha podido ser, y me duele en el alma. Hoy me ha llegado una notificación en la que me adjuntan un recibo para ir al banco a pagar la sanción correspondiente. Les he robado algo más de cien euros y los quieren, son suyos. Pensaba que igual, como solamente habría esos diez u once días entre la fecha para renovar y que yo empezase un contrato nuevo, que no importaría. O incluso pensé que, si no renovaba, me cancelarían la prestación y punto. Pero no: se me olvidaba que los mejores rateros no son autónomos, que están muy metidos en otro tejido social. Así que, nada, me toca pagar la multa esta y suspender el primer curso de la academia, con la pasta que me debería estar costando... Ahora solamente espero que ellos no se den cuenta de que en las referencias que les dí, no tengo fondos. Esto de la delincuencia no es tan fácil como parece en la tele.

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