Viendo hace poco la
televisión, durante un telediario de no sé qué cadena porque, al
fin y al cabo, estas noticias se repiten, hablaban de un político o
empresario o banquero, no recuerdo bien, que había defraudado a
Hacienda una barbaridad de millones. Millones de euros, esas cosas
que no mucha gente tiene ahora mismo. Este colega (lo llamo así y
quien lea esto enseguida lo entenderá), se había embolsado de forma
fraudulenta unos treinta y pico millones de euros, por un lado, y
unas minucias de miles por otros. Vamos, un escándalo en toda regla,
tras lo cual pensé que lo más normal sería que ese compañero
fuese a la cárcel sin pasar ni por la casilla de salida; ni un
juzgado hubiese sido necesario. Lo esperaba con todas mis fuerzas,
ahí sentado en mi sofá viendo como este menda había robado más
dinero del que una persona normal podría imaginar, tener o incluso
necesitar. Necesitar, esa era
la clave, pues quién va a necesitar semejante cantidad de dinero
para vivir. Pues alguien normal, no, desde luego. Pero un
superhombre... Ahí cambia la cosa. Un superhombre necesitaría ese
dinero, el del banco del al lado, el de tal o cual empresa y hasta el
de una viejecita que pase por la calle. Calla, que eso último igual
ya es así. Pero bueno, yo me pregunté por esa necesidad, si no
sería avaricia pura y desmedida de alguien enfermo. De ser así,
todo mis respetos a alguien con ese tipo de patología. Pero no, no
iba por esos derroteros el asunto. No se trataba de que mi colega no
hubiese calculado bien, fuese un avaro sin remedio o sus ideas no
estuviesen claras; al contrario. El defraudador de pro lo tenía todo
pensado, estoy seguro.
Dándole
vueltas al asunto e intentando salir de mi asombro, me paré en una
idea que me cruzó la mente, fugaz. A tenor de lo que veía en la
pantalla, este tipo no había sufrido gran cosa en cuanto a la pena
que le tocaría por el delito en cuestión. Más bien le sucedía
algo bastante diferente, pues aparte de los habituales “juicios
mediáticos” a los que tan acostumbrados nos tienen, parece que el
sistema judicial le daba unas palmaditas en el culo y, con esa voz
condescendiente de quien reprime cariñosamente a un niño, le
animaba a no volver a repetirlo. “¡Ay, pillín! Que no te vea
hacerlo otra vez, ¿vale?” Que así de entrada, dices tú: “Macho,
un poquito de seriedad y sacarle los cuartos al mangante este”.
Pero eso es porque somos unos desconfiados y renegados de la patria
madre que nos amamanta desde pequeñitos. Nosotros, tan radicales y
antisistema por capricho, pensamos que todo lo que nos hace el
estado, esas cosas que no acabamos de entender bien sino como un
tradicional “puteo”, es por fastidiarnos un poquito. Y es que nos
los merecemos por idiotas. De verdad, parecemos retrasados al no
darnos cuenta de lo que en realidad es el propósito de todo eso. Y
es que nada de castigos ni multas ni sanciones, la cosa no va de eso.
Si nos fijásemos bien, entenderíamos que el único deseo de
nuestros gobernantes y reguladores es que espabilemos. Empanaos,
que somos unos empanaos. Y el ejemplo lo tenía yo en ese
momento delante de las narices. Roba, colega, roba, pero roba a lo
grande que es cuando no ocurre nada. Que no se te ocurra enganchar la
luz de otro lado, o trucar el contador para llenar la piscina o
regar, o tocar unas canciones de otros artistas en una boda. O deja
de pagar intereses excesivos en el banco, a ver qué pasa... Ojo, que
no defiendo esas prácticas, pero es que además son minucias y, por
tonto, te cascan la multa de tu vida. La cosa estaba clara: hay que
robar, pero robar a lo grande, como los ricachones de verdad.
Y
por eso, y ahora entenderéis porque llamaba colega al defraudador de
la televisión, he decidido matricularme en una escuela de ladrones.
Como suena. Hace poco me inscribí en una academia —muy
profesional— donde te forman como defraudador de los buenos.
Tenemos clases de estafa bancaria y diseño de productos financieros,
nos enseñan también dos profesores sobre cómo estafar con tu
eléctrica de turno y hasta hay un experto en impuestos que, en
contra de lo que yo pensaba, no nos dice cómo evitarlos (eso parece
que se da en segundo), sino a cómo hacerlos para robar de forma
legal. No vamos a arriesgarnos a ir al trullo en primer curso... De
lo más interesante que he estudiado en mi vida. Y la clase de cómo
endurecerte el cutis con ejercicios específicos para que todo te
resbale y aparecer bien en la tele, esa me encanta. Es una escuela
privada y secreta a la que van los mejores banqueros del país y
alrededores. Tan exclusiva es que la matrícula cuesta un dineral,
pero bueno, en eso me he adelantado un pelín y quería demostrarles
que tengo aptitudes, así que les he dado datos bancarios falsos.
El
caso, y por eso escribía esto, es que hoy he recibido la nota de la
última práctica. Mal, la verdad es que bastante mal. Tenía que
engañar al estado solicitando una prestación por desempleo y,
llegado el final de esta, no renovar el alta como demandante pero
seguir cobrando cerca de once días por el morro. No era gran cosa,
pero me ilusionaba pegarle un palo pequeñito al estado, así por
detrás y con sonrisilla de pícaro. No ha podido ser, y me duele en
el alma. Hoy me ha llegado una notificación en la que me adjuntan un
recibo para ir al banco a pagar la sanción correspondiente. Les he
robado algo más de cien euros y los quieren, son suyos. Pensaba que
igual, como solamente habría esos diez u once días entre la fecha
para renovar y que yo empezase un contrato nuevo, que no importaría.
O incluso pensé que, si no renovaba, me cancelarían la prestación
y punto. Pero no: se me olvidaba que los mejores rateros no son
autónomos, que están muy metidos en otro tejido social. Así que,
nada, me toca pagar la multa esta y suspender el primer curso de la
academia, con la pasta que me debería estar costando... Ahora
solamente espero que ellos no se den cuenta de que en las referencias
que les dí, no tengo fondos. Esto de la delincuencia no es tan fácil como parece en la tele.
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