miércoles, 21 de junio de 2023

NOS VOLVEMOS A VER

"Cuatro años y ni pistas de dónde has estado. Cuatro años completos de mierda en la cabeza y un adormecimiento que no es normal. Pero, ¿tú te ves? Es que no sé ya si usar lo poco que me queda de mis sentidos para mirarte siquiera. Has quedado en la nada, en un residuo empobrecido de lo que eras.

Esta herida que me dejas no será más que otra mella en tu carrera, en ese largo dilatar la nada, desaprovechar el momento, enfocarte en lo que luego, a pesar de la recompensa, te dejará vacío como nadie, como nada. Es el absurdo hecho persona y, todo ello, reencarnado en ti.

Muecas de saliva en el viento es lo único que podrás recordar, que podrá recordar alguien algún día, de tu propia existencia. Esa estela pretendida que fluyó durante unos años ha desaparecido, perdida en una nube de no saber qué hacer, de funcionar por inercia, de dar lo máximo para algo que, en un principio, aportaría tranquilidad. ¿Tranquilidad? Una mierda.

Ahora ves el resultado de tanto aislar, de tanto concentrarte en una sola cosa que nunca ha pasado por ser tú. Has dejado de lado todo aquello que eras, todo lo que te salvó de un abismo que, por mucho que te duela, aún sigue ahí, atisbando cada movimiento, cada pensamiento irregular, cada soplo de penuria que aparece por tu mente. O, ¿qué te creías?

No estás solo; jamás lo estarás. Aquí somos dos y me da exactamente igual que no lo quieras asumir, que intentes ser feliz a pesar de todo. No me importa. ¿Acaso te crees más importante que lo que te hace funcionar?

Ni miserias, ni desgracias: tu vida. Ahora empiezas a entender que no todo está decidido, que incluso puedes opinar. No te equivoques: podrás hacerlo siempre que yo te lo permita. Al fin y al cabo, aquí eres esclavo de esta oscuridad que yo proyecto, que tú concibes y que ambos aceptamos como única forma de vivir. ¿Albricias de aire libre? Jamás.

Y puede que me deje llevar y que levante la voz, que me arranque sin más en un arrebato del que ni yo mismo soy responsable. Todo eso, junto a lo que no te puedes imaginar, junto a todas esas posibilidades de una nada que nunca se concreta... Todo eso soy yo contigo.

No hay forma de separación posible entre dos caras de la misma moneda. Acéptalo. Tú no me comprendes todavía; aunque el trabajo, he de reconocer, ha sido ímprobo. No, no me conoces en absoluto, pero ya empiezas a vislumbrar los atajos que suelo emplear para llegar a tu memoria, a tu consciencia, a todo tu ser, célula a célula. Me empiezas a conocer, pero estás lejos de lo que seré jamás. Aún me queda mucho por crecer, y lo verás. Verás caer ciudades de pensamiento en ruinas de decepción; verás cómo las ruinas resurgen y crean paisajes nuevos que destruiré con el fuego de mi prepotencia. Verás esas cenizas volar en el viento hasta posarse en alas de aves que nos llevarán lejos, juntos, a ti y a mí.

Crees haber conocido la salvación en unos ojos nuevos, en seis años de diferencia, en alguien que puede encontrarte cuando estés perdido y que no dudaría en dar lo que no tiene. ¿Estás seguro? ¡Qué vas a estar seguro! Si jamás has respetado nada antiguo en tu vida. Y, ojo, nada pongo en duda de aquella que te soporta, que tolera tu estupidez supina y tu mala forma de ser tú. El cielo. Pero, ¿hasta dónde?

Son cuatro años sin vernos, sin hablar; cuatro años ignorado en tu pensamiento, perdido entre montañas, sin conocer ningún lugar. Perdido en la inercia de tirar hacia adelante sin saber por qué, de perder la vida en el humo de la desesperación. ¿Entiendes lo que significa? Empiezas a hacerlo.

Que no se repita."

domingo, 10 de marzo de 2019

LA MODALIDAD DE LO DÉBIL

"Cada vez más, la verdad taimada, esa teñida de la sombra de la mentira, se escampa con facilidad pasmosa. Prende al ritmo de la línea de pólvora encendida hace más de treinta años. Se extiende con la violencia del pasado, del rencor, de una verdad enquistada, retorcida y enajenada que no representa la realidad, la historia o la cultura. 

Cada vez más, los ojos se nublan y, ciegos, deambulan en busca de quien les haga ver, ya sea el destino inevitable de la convicción en lo útil, la sombra de una lucha que se debió ganar en su momento o cualquier otra cosa que los cargue de razón (sea o no); una lucha que, si bien nunca ocurrió, late en el corazón y las sienes de todo un pueblo doblegado por la avaricia, por la sed de venganza y por la ignorancia, todas a una como un enjambre de aguijones que solamente pretendan causar el mayor daño posible. 

Buena intención desde las mentes que quieren la igualdad, que la ensalzan como objetivo más noble aquél que las empele hacia un futuro de luz y de razón. Pobres, los que se dejen nublar la vista por paisajes tan irreales y tan creados, tan confeccionados a medida que ni el paso del tiempo los acaba de borrar.

Muchos sufrimos el inicio del cambio, el intento de la mejora, de lo nuevo, del llegar un siglo en que, por adelantado, todos seríamos por fin iguales. Muchos sufrimos esa blasfemia política maquillada de buena intención, de recuperación cultural, histórica, lingüística... de esa patraña nacida de la mente de quienes no querían sino más lujo y más poder y no dudaron en tergiversar y cambiarlo todo a su antojo. Muchos sufrimos, y muchos más lo harán, por la decisión de estos imbéciles que se proclaman dueños del idioma y la sociedad.

No hay igualdad, para nada, cuando un niño no puede entender lo que se le dice; no la hay cuando quien le explica no puede hacerlo con otras palabras. No la hay cuando nadie elige y todo se impone. No la hubo durante cuarenta años y ahora tampoco existe algo parecido a esa idea. Quejas contra la represión, contra la falta de consideración de más de una realidad; quejas que ahora, sin darse cuenta apenas quienes las pronunciaron, podrían dar completamente la vuelta.

No hay igualdad porque no se trata al 'contrario' de esa manera. No hay igualdad porque os negáis todos los que seguís con paso de idiota el credo del que más grita. No sois capaces de distinguir que no tenéis ni la más remota idea de lo que habláis, de que no sabéis nada de la historia que a esto acompaña, que ni habéis sido capaces de interesaros por la forma de educar al respecto. Defendéis lo desconocido como si la vida os fuese en ello, como si, incluso siendo lo extranjeros que sois, tuvieseis las raíces más hondas de esta tierra. 

No habrá igualdad porque los modos de ser débil son infinitos, porque habéis escogido el vuestro y pasa por una cultura que ni tenéis. Sois empleados sin sueldo de algo mucho mayor que ni alcanzáis a ver, pues mientras os mantengáis entretenidos en esa pocilga de discusiones vacías y demandas sin razón, poca faena vais a dar.

No habrá igualdad nunca mientras no os atreváis a enfrentaros a todo, incluidos vosotros mismos, si no sois capaces de vislumbrar la mentira en la que os regocijáis a diario como el más sabio del barrio. 

La modalidad de lo débil es tan amplia que, aún hoy y tras tantos años, no me deja de sorprender."

domingo, 17 de febrero de 2019

RETAZOS

No saldrán de mí. Las he buscado y encontrado muchas veces pero huyen y se refugian en un rincón oscuro al que no consigo llegar. Se ocultan tan bien en las oscuridades de mi mente, de mi personalidad, que nunca alcanzo a atraparlas más de un minuto. Un minuto en lo que comprende una vida de imaginación... Nada.

No saldrán de mí. No lo harán porque, en realidad, nunca han estado. He fingido que la fuente de las historias era inagotable, inabarcable y siempre dando fruto. Sin embargo, la realidad es bien diferente. No fluyen las historias sino los sentimientos. Encapsulados en pequeñas marcas de tinta indeleble, han quedado todos como reminiscencia de lo que una vez nunca fue. 

No saldrán sino distorsiones escampadas por un tapiz difuminado de sensaciones e ideas dispersas. Quedarán las manchas de un haber intentado existir como luz brillante, como faro que guíen una única vida. Quedarán, indelebles en el recuerdo de un pasado que puede que a nadie interese, las ocurrencias de una soledad inmersa en un no entender lo que sucede si no sucede dentro de uno mismo. Como decía Pink Floyd: "There's someone in my head but it's not me". Eso, pero en un sentido muy cogido por los pelos, como si en un sueño fuese.

No saldrán de mí, pero conservaré en mi interior tanta belleza como el mundo nunca pueda asimilar. No sabréis de mi existencia más que en retazos de recuerdos tejidos con tinta. Aún así, eso es lo más valioso que nunca soñaría con dejar: esa huella que algún corazón recoja, si acaso por casualidad, y que me acompañe hasta donde nunca consiga llegar, hasta donde siempre haya querido ir.

No saldrán de mí las promesas vacías, los mundos de ensueño y los versos más bonitos, pero sí prometo hacer de mi existencia una obra de arte en toda regla. 

NO HABLEMOS MÁS

No se puede hablar. Todos los años de evolución del ser humano para que ahora, en pleno siglo XXI, no se pueda hablar. No se puede por la falta de entendimiento; por la falta de entendederas, más bien. No se puede hablar porque hay oídos que no escuchan, orejas antiguas cerradas con el aire de lo nuevo, del ser joven, del querer empaparse de lo que nunca se ha vivido y empuñarlo indemne como bandera inmaculada. No se puede hablar porque hay mucho imbécil que suelta barbaridades y mucho imbécil, de otra casta, que cree tener toda y la única la razón.

No tienes derechos; pienses lo que pienses; vivas lo que vivas, entiendas lo que entiendas. No tienes derechos: ni de pensamiento ni de opinión. Confórmate. No haber nacido en la facción equivocada... Te jodes y bailas al son de las voces que más se escuchan, de las que no son mayoría pero consagran el sentir que se tergiversa en algo odioso. De lo bello y lo inherente, a lo deforme y malversado. No tenéis derecho.

Se acaba la paciencia con tanta estupidez engendrada de la incapacidad, de esa falta de humanidad que distingue lo necesario, lo auténtico, lo único, lo bueno, de todo aquello que se defiende a capa y espada sin más. Como si la espada hiriese y acabase con todo aquello que la capa pretende ocultar. 

No, vuestras opiniones no son bien recibidas. Retrógrado, antediluviano si ha de ser; pero vuestras opiniones no son bien recibidas. No, jamás, mientras el sexo sea lo que marque diferencia, mientras no sepáis ver que uno y uno son uno mismo, que no hay diferencia. No sabéis ni diferenciar a lo que es igual; no sabéis nada. Vuestros puntos de vista quedan tan lejos de la realidad que, ni por asomo, son dignos de tenerse en cuenta.

Por tan poco de entendimiento, no tenéis lo suficiente como para daros cuenta de las redes que se estrechan bajo vuestra forma de ver. No hay quien, entre vuestras filas (término bélico, intencionado, y a más no poder), sea capaz de darse cuenta de la manipulación subliminal y subversiva que marca esta nueva de era del "yo soy yo y que le jodan al mundo" y del "Tú, ¿quién cojones eres para hablarme?". La gente se pudre.

La gente se pudre y así lo hace la sociedad, presa de gentuza tan infame como la que predica sin ejemplo, la que enarbola lo que no comprende, la que defiende lo que no ha podido experimentar. Por eso, por todo eso y mucho más el mundo se va a la mierda de las manos de un puñado de inconscientes que, al fin y al cabo, somos todos representados por unos pocos y teatralizados por quienes menos lo esperamos.

Dog eat dog, dice el dicho inglés. "Que os follen", dirá mi epitafio.  


viernes, 23 de marzo de 2018

A VOSOTROS

"A los futuros muertos, hay pocas palabras que os pueda decir. O muchas.

A vosotros, que moriréis ciertamente un día, lejano o no, deberían quedaros claras unas cuantas cosas que parecéis no acabar de tener el seso suficiente para entender; o bien, disponiendo de la capacidad necesaria, sois u os habéis convertido en unas fieras psicópatas sedientas de una sangre de papel moneda que nunca parece saciaros. Esa sed, el hambre de poder desmesurada —desmesurado, al tiempo— no os convierte en otra cosa que en ciegos que caminan a tientas con fusiles a modo de brazos, abriéndoos paso entre una multitud que no tiene un lugar donde caer muerta.

Vosotros, pedazos de materia en descomposición, no merecéis ni el más mínimo aliento utilizado en vuestra existencia. No merecéis nada, ni la luz que os toca cada día. Por no merecer, lejos estáis de llegar a ser dignos de tanta muerte como provocáis a vuestro alrededor: vida, cultura, libertad. Y es que todo ha muerto con vosotros, con esta raza de escoria a la que representáis desde vuestras butacas acolchadas, desde esas poltronas tapizadas de desidia y hartas, hartas hasta lo más profundo de aguantar vuestros traseros. O vuestras bocas, si es que las utilizáis para distinto cometido.

Vosotros, que destrozáis por doquier, que no respetáis ni lo más sagrado de la vida —vida que somos nosotros, todos—, estáis en el camino de una muerte segura. El tiempo no perdona a nadie, y menos a aquello que ya está en descomposición. Y es que, recién nacidos como fuisteis algún día, la muerte ya fluía alrededor. La trajisteis... La trajisteis con vosotros y de ella mamasteis hasta convertiros en la masa corrupta que sois hoy en día, bulbosa, fétida, reptante y con esa sonrisa de maldad pura. Nada os salvará porque nada hay que salvar de vosotros.

Pensad, si es que os da esa nuez que tenéis por cerebro, que nosotros somos más, muchos más. Quizás ahora nadie abra la boca, quizá los brazos del mundo queden inertes ante la agresión, quizá los pasos de muchos no caminen juntos... Quizá, pero solamente quizá, y de momento. Porque llegará el día en que no podremos soportar más, en que os hayáis convertido en la representación del mal en este planeta. Para mí, desde luego, ya lo sois. Pero llegará ese día en que el mundo se canse de vosotros y pida vuestras cabezas, y que no sea literalmente... 

Seguid la senda que os encontráis marcada, esa que solamente brilla en oro, seguidla; seguidla, seguidla que al final encontraréis una multitud de estacas, de palos, de hachas, de mazas, de dientes apretados y listos para desgarrar el tiempo que los ha mantenido esclavos de algo que ni tan siquiera podían conseguir, la carne que los ha mantenido cautivos, muertos y revividos en un sufrimiento ni merecido, ni posible de soportar. Volverán aquellos que ya han caído, esos que lleváis a vuestras espaldas aunque no os deis cuenta porque sois ciegos a más no poder. Volverán. Y quizá no seáis vosotros, ni puede que lo seáis mañana; pero lo seréis, vosotros o vuestros hijos, los hijos del mal y de la demencia. 

Y a vosotros, los que no sois ellos, los que no buscáis la sangre en cada billete, los que nos quedáis idiotizados por las ideas más ridículas, más alienantes, más de moda, a los que podéis ver que existe cierta luz y que hay quien la pretende apagar: armaos y gritad, dejáos la garganta en deshacer la opinión de esa casta de escoria que hemos cultivado como un germen que se escampa. Armaos de rabia, de ira, de sana ira que os empuje a actuar. Armaos del conocimiento que ellos no tienen, de las ansias de saber. Armaos del respeto que esta gentuza nunca ha sido ni definir, ni entender, ni practicar... Armaos de todo lo que ellos parecen defender, eso que dan al ojo que todo lo ve, pues es lo que, por detrás, ni tan siquiera buscarán. 

Y a los futuros muertos de la historia, después de todo, poco más os puedo decir."


viernes, 5 de enero de 2018

SILENCIO

"¿Silencio?

Silencio por el mero hecho de existir.
Por el silencio.
Por esas tardes oscuras de nubes que no van a llover.
Silencio a malos ratos,
Silencio a razones sin remedio que se esconden en la oscuridad.
Silencio.
De ese escurridizo y viscoso.
De ese que, de tan ingente, no permite respirar.
Silencio entremezclado con jirones del ayer,
tan manido y tan escuchado.
Y tan silencio. 

Tan...

Silencio desde lo más hondo.
Silencio como único remedio,
pero silencio, al fin y al cabo.

Silencio."

sábado, 30 de septiembre de 2017

2 AÑOS

"Nada.
Tú.
Yo.
Nada."

miércoles, 19 de abril de 2017

TANTO

"Todo ha estallado. De repente, sin quererlo y sin haberlo podido evitar, el mundo se ha resquebrajado en mil y una grietas que no soy capaz de tapar. Una luz extraña se cuela entre las rendijas de quien no supo mantenerse en la apatía, en el no saber y no querer, en el que todo se dejase llevar. Una luz extraña que, aunque nazca de lo más hondo, no ha podido calar lo suficiente. Como resultado, unas lágrimas brillantes que nadie ha podido ver, que nadie jamás contemplará; son castigo único que no se ha de compartir. Heridas que se abren en el corazón sin poderlo evitar, sintiendo el fin acercarse poco a poco. Y esos ojos...

Lo siento.

Desde este lugar ya no es posible mirar hacia atrás y ver que nada ha sido mentira, que todo es tan excepcional... ¿Por qué no puede serlo más? Pero no puede. El cielo cae ante el peso de la decisión que no se puede tomar, nubarrones arrojándose al suelo con el ímpetu de morir en una mezcla que no sabremos comprender, de tierra y aire, de elementos que nunca se puedan juntar mas que en un inesperado momento, en ese en que nos encontramos y te quise. Ese momento, ese que ha unido lo que jamás hubiese esperado; ese que fue tan parte de mí, que nunca lo podré dejar a un lado en un sólo pensamiento.

Y aún así...

Aún así me duele no quererte más cerca, no poder ver un futuro que comparta más que mi visión, confusa y esclava de mil y un pensamientos que giran sin cesar, perdidos en un horizonte que estoy convencido que nunca serán capaces de alcanzar. Moriré solo, no hay idea distinta en este cielo negro en que la ausencia de lo que quiero se convierte en el amor por lo que no puedo desear. No necesito de libros para contemplar de cerca cualquier anillo del infierno. Quedaré para lo eterno escuchando atento al viento, queriendo como oír aquél miserere, esperando el segundo correcto en que dejar de sentir.

Y lo siento, y te quiero tanto..."




lunes, 7 de noviembre de 2016

TODO MORIRÁ

"Todo morirá, como ha muerto siempre.
Cada brizna de hierba que crece,
cada hoja que al final cae exhausta de la prisión de su árbol.
Todo morirá y con ello vendrá lo indecible,
lo vivido tantas veces 
que se ha convertido en el abono de este pasto
de incomprensión de lo que sucede,
de incapacidad ante lo visto,
de no saber si es cierto todo aquello que fue sentido.

Todo morirá, y así acabaremos en lo posible,
en un suspiro de algo innombrable
que nos acompañó desde el mismo momento en que nacimos.

Todo morirá con su verdor infinito,
con esa juventud que no caduca
hasta el mismo momento de ser lo nunca vivido,
de recordar lo que no ha sucedido,
de darle una y mil vueltas a una existencia que,
por lo que sea, jamás ha tenido suficiente sentido.

Así que todo morirá, como era inevitable,
como una y otra de vez de intentos fútiles
en un mundo que ni entiende ni sabe.

Todo morirá. 
Todo morirá en su justo momento
y nadie se salvará del juicio de lo que fue, 
de lo que ha sido,
de lo que quiso ser y, por fin...
se hará el silencio."

martes, 26 de julio de 2016

AL MENOS, TÚ

"Ya no estoy.
He conseguido desaparecer en el viento,
deshidratar todo mi ser
y no volver a existir.

Ya no estoy,
y no me conociste ni un segundo,
ni el filo más desapercibido de un momento.

Ahora, al fin, he dejado de sentir,
o eso quisiera:
sentir lo que hay alrededor,
sentir acercarse a otro cuerpo,
sentir que no estoy sólo,
que esto es sólo el principio de otro cuento.

Pero todo acaba
como acaba lo que no ha empezado,
y así se digerirá,
tan perdido en las entrañas de una carne inexplorada
que no quede al final sino la eterna nada,
el vacío impertérrito que nos aleja sin querernos.

O al menos, tú.

Por entender, nada hubo mal comprendido,
sino todo lo contrario:
la voz no pudo llegar a expresar lo que dijeron esos gestos mal avenidos,
esos de una noche cualquiera y todas las demás.

Ya no estoy.

Ya no, y por no poder ni encontrarme,
por haberme perdido tanto entre un querer y un olvidarme
que la cabeza decide no escuchar al corazón y éste,
a su vez y oyendo atentamente tus palabras, tu "protégeme",
hizo de tripas lo propio y acertó en torturarme.

Ni contigo ni sin ti
queda nada en esta ausencia
tan desmedida como inesperada.
Ni contigo ni sin ti,
y por mucho que me rebele nada cambia:
no amanece más pronto,
no escampan los sueños de la esperanza,
no se posan los días en horas calmadas
y los ojos descansan fija la mirada
en alguien que, como no podría ser de otra forma,
ya no está, ni se la espera, ni pudo entender
los rincones oscuros de otra que no fuese su alma.

No era el tiempo y no lo será.

Perdóname, no lo he podido evitar.

Ya no estoy."

lunes, 25 de julio de 2016

NO LO MERECES

"No mereces nada. 
No mereces el agrandarse de mis pupilas cuando te veo aparecer. 
No mereces estas manos temblorosas al tocarte, al abrazarte... al imaginar que lo hago.
No mereces la respiración entrecortada que no me ha abandonado un sólo día desde aquella noche luminosa en que nos encontramos.
No mereces los miles de pasos dados en tu ausencia, esperando encontrarte en cada rincón.
No mereces la infinidad de segundos que mi atención se desvía en un sueño jamás tenido en el que el centro de todo eres tú.
No mereces las palabras que sangran lo más interior con tal de aliviar ese dolor tuyo que, aunque comprendo, no está en mis manos aliviar.
No mereces las sonrisas furtivas que no puedo ocultar al ver tus ojos acercarse calle abajo, ni aquellas que me endulzan la espera, sentado en mi coche con la única compañía de la música que he elegido para ti.
No mereces los pensamientos de tanta alegría que desatas en mi imaginación.
No mereces que el mundo sea tan tuyo, cuando ni una sola señal da muestras de regalármelo de vuelta.
No mereces esos silencios tan bonitos en que no nos decíamos nada con la boca, en que los ojos hablaban y expresaban tanto...
No mereces estas luces de la noche que te hacen, si cabe, todavía más preciosa.
No mereces que mis ojos se claven únicamente en los tuyos aunque no estés, ojos de gata. 
No mereces la tinta que he derramado en noches en que no podíamos dejar de hablar.
No mereces que nadie más haya tenido importancia en tanto tiempo, que nadie te llegase a la altura de las suelas de los zapatos.
No mereces toda la emoción al tenerte sentada a mi lado, sonriendo y feliz, como te hubiese querido ver siempre.
No mereces el dolor que sentí al verte llorar desconsolada, y tanto que fue...
No mereces mi intento de hacer algo tan bonito para que lo vivieras.
No mereces el vacío que lo llena todo cuando desapareces.
No mereces esta desesperación tan controlada en que una sola palabra tuya puede calmar mi corazón a la deriva.
No mereces estos días en blanco en que nada ocurre porque no estás tú.
No mereces la desilusión de todo aquello que tanto me costó ganar.
No mereces que empiece y acabe los días contigo en la cabeza, te escriba o no.
No mereces que todos vean cómo acaba lo que nunca hubo empezado, porque ni tan siquiera lo comprenderán.
No mereces que crezca a tu lado, que me haga más sabio solamente porque estás.
No mereces que todos mis esfuerzos por hacerte feliz, por verte sonreír, tuvieran éxito en su justa medida.
No mereces que salga de la nada y te pregunte, que te acompañe y sepas que tienes dónde llorar.
No mereces este fin de los días que no han empezado.
No mereces el dolor de ver cómo te alejas, cómo no hay otro remedio porque de alguna manera tengo que descansar.
No mereces tanto, que te lo hubiese dado todo sin pensarlo ni un segundo. 
No mereces tanto...

Y, sin embargo, te quiero."

lunes, 27 de junio de 2016

PAPEL Y BOLÍGRAFO

"No hay poesía entre nosotros", le dijo el papel al bolígrafo. 
"Tu piensas aún en quien no pensará en ti como quisieras, 
 y yo aquí, a la espera, sólo quiero darte una salida.
Pero no nos encontraremos entre tantas palabras
que, de meditadas, quedan al final no escritas y perdidas. 
No verás más allá de tu punta y, mientras tanto, 
yo seguiré aquí tendido y en blanco, 
intentando que sigas de alguna forma con tu vida; 
esa que una vez tras otra hemos descrito; 
esa en que, tú y yo juntos, tanto hemos pasado. 
Así que, siento decirlo, pero olvida: 
olvida que el daño ya está hecho, 
olvida que la ocasión ha pasado, 
olvida que no era lo que pensabas,
olvida que, al fin y al cabo, ni te conocía.
Haz lo que sea necesario, pero
si quieres volver a escribirme: olvida"

jueves, 16 de junio de 2016

LA PRINCESA Y EL SOL

"A primera hora de la tarde, uno de los hombres de confianza del rey se acercó a los aposentos del príncipe. Tras llamar a la puerta con mucha decisión, esta se abrió y apareció la figura alta y robusta del joven. Sus ojos, en un estado de nervios que el confidente ya conocía —así como todo el reino—, se abrieron de par en par con ansias de saber. Desde hacía dos días y dos noches la princesa se encontraba en paradero desconocido, dejando misteriosamente a toda la corte en vilo, desesperados ante la incertidumbre de si volverían a ver a su futura reina.

—Majestad, vuestros espías han tenido noticias de que, con mucha probabilidad, la princesa se encuentra recluida en una cueva a dos días a caballo de aquí. Según aldeanos de la zona, una mujer joven y con los rasgos de vuestra amada llegó acompañada de un brujo que apareciera por el lugar unos meses antes.

Al escuchar toda la información que su hombre le daba, los nervios del príncipe, ya alterados de por sí, consiguieron dispararse. En un acceso violento se giró, recogió su espada de encima del lecho (intacto desde hacía dos días), se colocó la cota de malla y, guantes en la mano, emprendió la marcha hacia los establos. Al ver la actitud de su señor, apresurada y nada recomendable, el hombre de confianza intentó persuadirlo.

—Alteza, quizá no convendría una acción sin premeditar. A la desesperada...
—¡Prepara mi caballo! —interrumpió el futuro rey—. Iré solo. No reveles esta información a nadie.
—Pero, majestad...

El confidente intentó convencer a su señor, pero las ideas ya estaban claras en su mente. El miedo, todo ese miedo que se había acumulado en su interior a lo largo de los últimos dos días sin noticias de la princesa explotó de golpe e inundó hasta el más mínimo rincón de su cuerpo, convertido este pavor, esa angustia, en el valor más aguerrido que un caballero pudiese desear en el fragor de la batalla. Su sangre, como impulsada por la fuerza de la magia más potente, se había convertido en un torrente salvaje. Ni una sola idea era capaz de resistir el azote al que sucumbía el corazón, en pleno frenesí tan sólo la preocupación y la necesidad imperiosa por salvar a su amada de quién pudiese saber qué clase de sufrimientos. Ya nada albergaba una mínima importancia más allá que traerla consigo de vuelta. Con esa única razón y los sentidos ardiendo a flor de piel, el príncipe se dirigió raudo hacia los establos reales. Si ese caballo suyo descendía de un linaje de reyes, esa tarde tendría la oportunidad de demostrarlo. Las puertas se abrían a su paso, por su mera presencia y, en pocos minutos, el señor alcanzó los establos. El animal estaba listo para partir. Como de costumbre, había sido equipado para la batalla: cota de malla puesta y alforjas que contenían una espada de repuesto, una hacha y algún otro utensilio. El caballero rápidamente desarmó al animal y no dejó otra cosa que la silla y las riendas. No importaba en esa ocasión, pues lo único que primaba era la rapidez en llegar a aquella maldita cueva. Una vez allí, su espada sería lo único necesario para destrozar al brujo. No saldría de allí con vida.

Con la locura del amor en la cabeza, alimentado del miedo y del valor incondicional, el príncipe y su montura partieron en busca del final de aquella tortura que no debió haber durado ni un segundo. A la grupa de su caballo, el paisaje se deshacía en manchas informes que, a medida que caía el sol de aquella tarde, comenzaban a tornarse más y más oscuras. Las piedras del camino huían a toda prisa de los cascos del animal que, como imbuido el ánimo salvaje de su jinete, imprimía una fuerza descomunal con cada patada que descargaba contra el suelo. El aire se había vuelto de un frío cortante que obligaba al hombre a entornar los ojos para protegerse. Sentía el mundo entero congelarse a su alrededor y así lo hacía el también por dentro, temblando en su fuero interno con la dudad del bienestar de su futura esposa. Añadido esto al hecho de que al caballo le costaba avanzar cada vez más por falta de energías, el jinete tomó la decisión de detenerse en un recodo del camino y allí pasar la noche. Además, necesitaba parar para hablar con esa luna que tan ligada a la princesa se encontraba. Descansaría y rezaría a los dioses por el buen fin de aquella historia en la que se había visto de repente; mas de no poderla traer consigo de vuelta, él tampoco regresaría jamás, si bien la muerte tuviese que llevarlo también.

Pensado esto, el hombre se acomodó junto al tronco de un gran árbol, pidió a sus dioses y, tras contemplar fijamente la luna durante unos minutos, cayó en un profundo sueño por el cansancio de toda esa preocupación, del miedo por su princesa y de las ansias por volverla a ver sana y salva. Una vez en ese estado onírico, lentamente, como si quisiera matar con sus palabras, la boca de un viejo comenzó a susurrar frases ininteligibles para el príncipe. Un eco de otra realidad hacia rebotar el sonido por todas partes creando un murmullo que iba paulatinamente en aumento. Todo más allá de ese rostro estaba oscuro, tintado de rojo aquí y allá en manchas luminosas y profundas que cambiaban de forma sin cesar como si, al ser tocadas por aquellos susurros amenazantes, huyesen sabedoras de que iban a desparecer. Y el eco que se acumulaba más y más alrededor mientras la mueca inexpresiva del rostro maldito se tornaba una lúgubre sonrisa. El murmullo subió y subió de volumen hasta que, en una caos final, la visión se transfiguró de golpe y el rostro enfermizo y susurrante dio paso al de su princesa, desatado en desesperación, ojos idos y gestos desencajados, sumida en el pánico.

—¡Protégeme!

Un alarido y no hubo más. La escena se desintegró de repente y el rostro de su amada se esfumó ante él como lo hizo también el sueño. Despierto, empapado en sudor y casi sin respiración, el príncipe trató con todas sus fuerzas de deshacerse del recuerdo que, de tan reciente, aún le parecía flotar ante él. Imposible comprender cómo había sucedido, pero bien claro quedaba que su amada corría un gran peligro. Se removió en el hueco del árbol bajo el cual se había protegido de la noche y, escaso de fuerzas a causa de la pesadilla, ensilló su caballo y emprendió de nuevo el camino hacia aquella cueva donde esperaba encontrar a la princesa.

A pesar de haberlo intentado de cualquier manera que se le ocurriese, los ojos desbordados de la mujer no abandonaban la mente del hombre, presentes en lo alto del mundo, contagiándolo todo del dolor y de la locura que de ellos emanaba. Al fin y al cabo, aquello era de esperar, pues su único objetivo compartía destino con el origen del sueño. Nada más, ni una sola idea podía cruzar su mente a medida que el caballo se dejaba la vida en un galope frenético, como si adivinase la necesidad y la voluntad de su dueño. Así transcurrió la mañana, en un silencio marcado por el ritmo de los cascos del animal, un patrón que creaba los únicos sonidos que acompañarían al jinete en aquella gesta, la más importante de su vida.

Tras las paradas imprescindibles para dar de beber al caballo y únicamente ese estricto tiempo en que el animal daba un par de tragos de agua, la noche volvió a empapar el paisaje y matojos, árboles, camino, montañas... Todo quedó cubierto de una densa niebla que no permitía a la vista del jinete alcanzar sino apenas unos pasos por delante de ellos. Se hacía imposible continuar sin matarse en un traspié del caballo, de forma que ambos hicieron el último alto que disfrutarían en su camino. Sería demasiado peligroso proseguir, aunque el príncipe no dudaría un momento en pagar con su propia vida el precio de la libertad de su princesa, de su felicidad. Sin embargo, y era la razón principal a tener en cuenta, el bienestar de su amada dependía por entero, al parecer, de que él pudiese llegar para rescatarla.

Entre cavilaciones y nervios que no se calmaban, el caballero cayó en un sueño ligero y bastante movido. Como si escapase de quién podría saber qué ataques, unos espasmos irregulares y frenéticos le hacían cambiar de postura sin cesar. En su mente, de vuelta en un mundo de sueños escondidos, algo no iba como debía. El páramo se asombraba bajo la ausencia de todo. Únicamente un erial rojizo se extendía inconmensurable ante la sombra que el príncipe era en sus propios sueños. El cielo, del negro más azabache, se encendía en fogonazos que, como llegados de otros mundos, crepitaban en lo alto sin la existencia de nube alguna. Miles de luces que daban forma a la nada. Pero, nada... No, al fondo, en mitad del horizonte de aquel paisaje esperpéntico, una figura se erguía en el centro de todo. De pie, como esperando a la vida misma, la mujer se mantenía inmóvil; ni siquiera algún cabello movido por el árido viento de ese desierto. Y tan lejos que estaba... A pesar de ello, los ojos interiores del joven podían verla con tanta claridad como si ella estuviese a dos pasos de él. Lloraba. Estaba llorando sin consuelo y sus lágrimas, al caer en la tierra carmesí, se evaporaban como esperanzas que se sabrían imposibles de alcanzar. Lloraba y eso partía en dos al hombre, a la sombra oscura que era siempre en sus sueños; lo desarmaba por completo, corazón inundado y a punto de desbordar. Entre lágrima y lágrima, la voz suave de la mujer le llegaba en un suspiro mártir que repetía una y otra vez: “¡Necesito que me protejas!”. Oyendo la desesperación del mensaje, la silueta del príncipe se dio a la carrera pero, cuanto más avanzaba, más lejos se encontraban el uno del otro. “¡Necesito que me protejas!”. Inmovilidad. Corrió y corrió hasta que, eternidades pasadas, el mundo entero, princesa y susurros se fundieron en la más densa oscuridad.

Se hizo el día. Caballo ensillado y espada en mano, el príncipe pensó con tanta fuerza en llegar de una vez por todas hasta su princesa que, como fruto de un acto de magia, de una oscura e incomprensible, cuando pudo reaccionar y darse cuenta, se hallaba a poca distancia de la entrada a una cueva oscura, lúgubre, toda la roca cubierta de musgo, helechos y restos secos de plantas que una vez estuvieron vivas, hogar ahora de miles de arañas y sus telas. No recordaba absolutamente nada del camino recorrido hasta allí, de cómo podía haber llegado ni qué instinto podía haberle guiado hasta aquella gruta. Únicamente era consciente de que ella estaba allí dentro; lo sentía en lo más profundo de su corazón como un dolor punzante, hormigueo hirviente en las puntas de sus dedos. Se encontraba allí y lo tenía por tan cierto como que no necesitaba verla para saber cómo se sentía. Lo sabía como sabía que, de alguna forma, pronto la tendría que olvidar. Amarró las riendas del caballo a un árbol cercano y, de bajo su cota de malla, a la altura del pecho, extrajo un pequeño pañuelo blanco que había cogido antes de partir. Lo acercó a la nariz del animal y este resopló un par de veces. Actos seguido, guardó de nuevo la pequeña pieza de fina tela perfumada en el lugar que había ocupado hasta ese momento y se encaminó hacia la entrada. Unos pasos al frente y el príncipe quedó engullido por la penumbra de la cueva.

Tras caminar cerca de cien pasos en el interior de aquella oscuridad creciente entre telarañas y humedad, se abrió un espacio más grande y diáfano. Al fondo, como único elemento de la enorme sala e iluminado por una tea ardiente que a duras penas arrojaba algo de luz se alzaba una roca con forma de gran mesa, quizá un altar. El caballero no tuvo tiempo ni de pensar y se lanzó a la carrera en dirección al lugar en el que sabía cierto que encontraría a la princesa. Y así fue tras superar el eco de sus pisadas. Tumbada frente a él en aquella especie de lecho de piedra, la joven yacía con los ojos cerrados, como dormida en una posición angelical. O, acaso, mortuoria. El hombre se desencintó la espada, todavía en su vaina, y se despojó de la cota de malla que le protegía. Acto seguido, se abalanzó sobre la mujer con la ferviente esperanza de que estuviese aún con vida. Acercó la mejilla al rostro de la mujer y así pudo comprobar que aún respiraba. Viva...

—Vos sois el futuro rey... Os esperaba, —anunció de súbito una voz profunda y vieja, lentamente como si el peso de siglos anidase en esas palabras.

El príncipe, raudo, recuperó la espada del suelo y se puso en guardia.

—¡Salid de esas sombras traicioneras! ¡Salid, os digo, quienquiera que seáis!

El sonido de los pies del extraño al arrastrarse por la dura roca del suelo de la cueva creó un ritmo cadencioso que no hizo sino alterar el del corazón del hombre, que a punto estaba de atravesar la empuñadura de su arma con los dedos. Con parsimonia, una figura de corta estatura se aproximó encapuchada y vestida con lo que parecían los hábitos de un monje renegado y oscuro. Desde detrás de la antorcha, a la distancia adecuada para sumirse en la oscuridad, el brujo caminó hasta que la distancia fue tan corta entre el caballero y él, que el primero alzó la espada y la puso a la altura de la garganta del brujo, como un depredador que marcase su presa.

—Majestad, —interrumpió la voz del mago en el silencio mortecino que había en aquella sala—, la precipitación podría costaros muy cara, ¿no creéis?

Su voz sonaba burlona y malintencionada, como tentando al príncipe a acabar antes de tiempo y, de alguna forma extraña, ganar una partida de un juego macabro al que solamente el brujo sabía jugar. Los ojos que miraban atentos tras la empuñadura de la hoja temblaban en un espasmo, incapaces de comprender de golpe lo que ocurría. Ese gesto no pasó desapercibido para el anciano, que continuó con su discurso.

—La princesa, Majestad, vino a mí hace algún tiempo. Ardía en deseos de conocer los secretos del mundo, su magia, las razones y causas más escondidas. Vino por propia voluntad, pues su más hondo deseo la empujaba...

El joven se tensó aún más y acercó sensiblemente la punta de su espada a la garganta del encapuchado.

—¡Mentís!
—No miento, Alteza. Pero eso lo sabéis vos tan bien como un humilde servidor. Conocéis a vuestra amada, quizá más de lo que nadie pueda hacerlo en este mundo; conocéis sus inclinaciones y su deseo por la belleza.

Se hizo un silencio que pareció eterno.

—Ella vino a mí —continuó el anciano—, y yo accedí a su petición. En verdad es tan bella... —dijo al tiempo que se giraba para contemplar su cuerpo inmóvil—. Me cautivó y, casi de inmediato, quise conservarla. He de decir que yo había adoptado la apariencia de un joven apuesto, de forma que ella accedió por propia voluntad al engaño que ahora sufre. Le prometí llevarla al centro de todo, al lugar más puro, y ella quiso venir. Allí sigue ahora mismo.
—¡Moriréis! —exclamó el príncipe en un acceso de ira al escuchar las palabras del brujo mientras apretaba la punta de la espada en su garganta—. Sacadla de ese trance enfermizo y os aseguro que no sufriréis.
—Por desgracia —continuó el anciano con media sonrisa—, no es todo tan sencillo, Alteza. La princesa entró por su propio pie en el mundo que yo creé y, por tanto, de la misma forma ha de salir. Si queréis que vuelva a esta realidad, tendréis que ser vos mismo quien le haga ver esa necesidad. Y para ello, me temo, tendría que ser también únicamente vuestra persona la que entre en ese mundo en el que ella se encuentra.
—Decid inmediatamente cómo puedo acceder.
—Únicamente hay que beber un trago —continuó el brujo al tiempo que sacaba de bajo su extraño hábito un pequeño frasco opaco—. Pero os advierto que el proceso tiene una pega. En el caso de que halláseis la forma de hacer salir a vuestra reina, necesitaréis que ella os haga salir también a vos o desapareceréis allí para siempre. Mi mundo no está preparado para alguien así. El problema es que ahora mismo, la princesa ya no os recuerda, ni os ama ni sabe siquiera quién sois. Únicamente el amor puede romper la barrera entre mi mundo y este.

El príncipe tomó el frasco de la mano del viejo y lo observó con cautela sin retirar la espada del gaznate de aquel demonio disfrazado.

—El amor, Majestad... Recordad que el amor es la salida. Y, ahora —se detuvo a respirar y continuó—, por favor matadme.

No hizo falta mayor insistencia. Un movimiento fugaz y la hoja deshizo la vida del brujo. Tales eran la rabia y la decisión que, sin detenerse un mísero segundo, se encaminó hacia el cuerpo tumbado de la mujer y ni tan siquiera reparó en el hecho de que, una vez los restos mortales del brujo tocaron el suelo de la estancia, solamente quedaba ya en ese lugar el hábito oscuro. Nada más. Ni cuerpo, ni otro resto. El caballero avanzó hasta el altar de piedra donde yacía ausente su amada. Con lágrimas en los ojos, producto tanto de las ansias por volver a verla como del miedo que las palabras del brujo le habían despertado en lo más profundo. Ya no lo recordaría, ni le amaría... La había perdido. No lo pensó más o la tristeza lo hubiese destrozado. Apoyó sus manos en el vientre de la mujer y, lentamente, tras haber ingerido la pócima, descansó también la frente sobre ella. Así esperó, olvidando el mundo, pensando en ella, hasta que el efecto del brebaje le arrebató todo hálito de vida y el cuerpo del joven cayó al suelo.

Como si de un sueño se tratase y una eternidad hubiese tenido lugar entretanto, el príncipe despertó en un paisaje idéntico al de aquella visión de la noche anterior. Efectivamente, como recortada al fondo en el horizonte se alzaba la silueta de la princesa, llorando y perdida en su propio miedo. El hombre comenzó a correr y, conforme arrancó la carrera se dio cuenta de que ya no era él mismo. Su cuerpo se había cubierto de una película negra que lo envolvía por completo. Aunque no parecía tanto una película sino su misma piel, que se había tornado negra y vaporosa como si ardiese por dentro. Era una locura, todo aquello lo era y ya empezaba a olvidar el motivo de todo. Veía relámpagos desgarrar el cielo negro y profundo; veía ríos de una lava roja como la sangre recorrer cual venas la superficie de todo cuanto la vista alcanzaba. Además, el estruendo... Un gran ruido como del mundo abriéndose y dejándose morir. El aire, por otro lado, se movía en un viento infernal que deshacía lo que encontraba a su paso y quemaba hasta las ideas más remotas, incluidas aquellas que lo empujaban en ese abalanzarse angustioso y desesperado que ya empezaba a olvidar. ¿Qué hacía allí? Ese no era su lugar, le costaba respirar y no se reconocía en nada sobre lo que posase la vista. Por si fuese poco, alguna fuerza invisible le hacía moverse, continuar adelante en su huida. Pero, ¿huía? Ni eso recordaba ya, todo barrido por el viento pesado y árido que llegaba hasta el corazón. Estaba perdido y notaba la carga de todo un universo en sus espaldas, de uno distante, sin embargo, e irreconocible. Aquel peso, la tensión insoportable, las explosiones del cielo, el viento devorador, la... Como una chispa de razón que milagrosamente rompiera el discurso de la locura que avanzaba, el antiguo príncipe divisó la figura de aquella a quien tanto quería. La carrera, pues, tenía todo el sentido que podía necesitar. Tenía que hacerla salir de aquel mundo de enajenación que, quizá en otro tiempo, pudiese hasta haber llegado a ser un vergel.

Tras esforzarse como nunca, la sombra en que se había convertido el hombre llegó hasta su amada, quien todavía permanecía inmóvil en la roja intemperie del mundo, sobre la roca ardiente. El príncipe la agarró por los hombros y, zarandeándola, intentó hacerla reaccionar, pero los ojos de su reina seguían sumidos en un llanto que lo anegaba todo.

—Protégeme...
—Tranquila, estoy aquí —dijo entre sollozos la sombra—. Todo va a ir bien.

Intentó moverla de su prisión invisible, pero el cuerpo de la mujer continuaba clavado en el mismo lugar. Por más que le hablaba, la mujer no alcanzaba a decir más allá de ese “protégeme” que destrozaba lo que quedaba de él bajo aquella piel ahora oscura, desnuda. Ese sentimiento lo encendía, rabiaba por dentro y todo su interior se removía como ríos ardientes. No conseguiría hacerlo reaccionar; aquella era la broma macabra del desaparecido brujo. La princesa ya no encontraba un sólo rasgo conocido en el rostro oscuro del hombre. De esa forma, a él le sería totalmente imposible recordarle su amor, si esa era la única manera de mostrarle la salida. Amor como única respuesta...

Sin haberlo pensado y actuando por pura inercia, la sombra se introdujo una mano en el pecho y, aún a sabiendas de lo que aquel acto traería, se arrancó el corazón. De él goteaba su sangre: ríos de oro que manaban sin cesar. El espacio entre la sombra y la princesa se iluminó con la vida que se deshacía en la mano extendida del antiguo príncipe. Gota a gota, un charco de luz se formaba bajo sus pies, escampándose alrededor y encontrando su camino a través de la roca. Aquella sangre resplandeciente se filtraba hasta el mismo corazón de ese mundo demenciado; el corazón cada vez más vacío y la tierra poco a poco más llena.

—Con esta luz podrás encontrar el camino de salida. Toma, cógelo...

Pero la joven no reaccionaba. Absorta en una imagen perdida del tiempo y de la razón, sus ojos traspasaban corazón y sombra. Ni tan siquiera aquel suicidio era capaz de apreciar. No reconocía a quien tenía delante, mucho menos aún daba la importancia merecida al intento por rescatarla del mundo oscuro y de dolor en que había quedado atrapada. La luz del corazón de la sombra, cada vez menor en su fluir ante la impotencia, pasaba ante la princesa como ríos de ruta incalculable, corrientes desbocadas y condenadas a no llegar nunca al mar; ríos sin importancia pues no los conocía y, por ello, de allí no la iban a sacar.

El tiempo se heló y, con el último suspiro de ese segundo final, la última gota brillante que había caído del órgano ahora oscuro que la sombra sostenía fuera de lugar se filtró en la roca roja y desapareció. Ésta ni se inmutó. Desprovista de lo poco restante que lo convertía en príncipe, ese liquido luminoso ya no le pertenecía como tampoco le atañía el porvenir del corazón que sostenía en la mano. En un soplido, éste dejó de latir y se esfumó. Sombra y mujer se miraban, incapaces ya de verse el uno al otro en aquella oscuridad que, una vez filtrada toda la luz del príncipe, reinaba de nuevo en el rincón perdido en que se encontraban. La nada se consumía entre ellos; un vacío viscoso y lúgubre que no significaba absolutamente nada. Nada, como único remanente de quien intentase rescatarla de cualquier modo, de quien diese, primero todo lo que tenía dentro por sacarla de allí y, más tarde, la vida misma al arrancarse el corazón del pecho. Nada, como lo útil de aquellas acciones. Nada, como lo que llenaría el silencio y el espacio para siempre.

De repente, un temblor de tierra que se hizo notar y por el cual tanto la sombra como la princesa acabaron en el suelo. Segundos después y de nuevo en pie, la sombra vio como, de entre las grietas que recorrían toda la superficie de roca roja, emanaba una luz dorada de fuerza increíble. La oscuridad gritó alrededor. Alaridos de dolor rebotaron en la inmensidad al partirse el cielo azabache en mil jirones de luz. ¡Eso era! Imbuida del calor de esa luz tan potente, un resquicio de cordura y recuerdo asaltó a la sombra y el cuerpo se llenó momentáneamente de la luz del príncipe.

—¡¿Ves?! ¡¿Lo estás viendo?! —gritaba sin mover los labios—. ¡Esta es la forma de salir! Vamos con la luz...

No reaccionaba. Más aún, parecía ni inmutarse ante las palabras de la sombra, así como ante el espectáculo de luz dorada que la rodeaba.

El salvador comprendió de inmediato. No le reconocería jamás. No identificaría ninguno de sus rasgos ni el recuerdo de su luz, esa que tanto brillaba por ella. Cualquier cosa que hubiese sido propia del príncipe quedaba ahora ya olvidada y relegada al más profundo rincón del universo. De ninguna forma desaparecería la obsesión de la princesa, aún bajo los efectos del conjuro del brujo maldito. Aquella fijación que la había hecho olvidarse de todo y quedar, como una muñeca de trapo, vacía y ausente. Pero la sombra lo había comprendido y, de alguna manera inesperada, conocía ahora a la perfección cada uno de los movimientos que sus músculos tenían que efectuar para acabar de una vez por todas con aquello. Sabía, por fin, cómo sacar a la princesa de aquella prisión opresiva.

Uno de los brazos del hombre oscuro se lanzó como un proyectil disparado hacia el suelo. En el impacto, piedras saltaron desde el hueco que perforó la mano, y así se esparcieron sin control por todas partes. Ese golpe tremendo fue seguido por el consiguiente del otro brazo. Así comenzaron a hundirse más y más en la roca roja, cada vez más profundo y más piedra abierta. Con un ímpetu que parecía venir de otro mundo, la sombra se encorvaba sobre el abismo que estaba provocando en la superficie roja. Atraído por alguna fuerza del interior, como queriendo recuperar toda aquella sangre que vertiese su antiguo corazón, el príncipe-sombra se dejaba la piel por alcanzar algo en el centro mismo de aquel mundo. La expresión del tiempo asomó a su oscuro rostro y allí danzaron recuerdos y sentimientos, en un movimiento ritual y atávico. El impulso de mil vidas aún por vivir le marcó la piel y ésta destiló la esencia más pura. En un último movimiento, tan pausado como decidido, la sombra arrancó del corazón de todo un sol brillante, ardiendo en llamas doradas con reflejos de mil colores. Poco a poco, conteniendo la esfera entre los brazos, se alzó el antiguo futuro rey y se dirigió a su amada.

—Mira... Mira bien lo que tengo —comenzó la sombra—. Este es el sol del centro del mundo. Arde con el calor de lo eterno y se ha alimentado de la luz de mi sangre, de mi propio corazón —continuó mientras los ojos de la princesa contemplaban, ahora sí, el orbe de fuego que él le mostraba—. Quizá el conjuro que te condenó no se rompa, pero este sol es todo lo que yo puedo hacer, todo lo que se hará. Tómalo, sostenlo frente a ti... Mira cómo gira el fuego eterno en su interior, cómo sus brillos dorados se abren y expanden. Obsérvalo con detenimiento y deja que lentamente entre en ti. Es todo lo que soy...

Diciendo eso, el príncipe acercó el sol a la mujer, que continuaba absorta en el resplandor de la estrella. Tenía que ser así. El astro llevaba dentro el corazón del príncipe cargado de todos los recuerdos que existieron, de todo lo inventado para los dos y aún por existir. Lleno estaba de tanto sentido y tantos momentos que todavía no habían podido llegar. Tenía, en el centro de todo lo posible, la razón de la existencia y del sacrificio que había supuesto toda aquella aventura. En ese punto central se encontraba, sencillamente, todo lo que aquel hombre había sentido; y la princesa. Tenía que funcionar, tenía que ser eso...

La mujer, abandonando la postura hierática que la mantenía ausente, extendió los brazos y tomó el sol entre las manos. Con la parsimonia de lo esperado durante tanto tiempo y el reflejo de miles de recuerdos, sentimientos, emociones y vidas inventadas, en los ojos de ella el sol extendió sus lenguas de fuego iridiscente y se fundió así con su cuerpo. Lentamente, atravesando la piel misma del tiempo, la luz penetraba en la princesa e iluminaba cada rincón de la oscuridad que la había atenazado. Todo el hielo de su mundo se deshizo y el reflejo de aquellas gotas cobró vida propia. El cielo negro se abría en grietas del azul más intenso. La roja roca del mundo interior y embrujado se iluminó también y una línea dorada apareció en el horizonte. Con su avance y por allá por donde pasaba, el paisaje desértico se transformaba en un vergel lleno de vida. El aire, aquel árido y contaminado, cambió en una brisa que limpiaba el mundo. Tenía que funcionar, y así sería.

—¿Vienes conmigo? —preguntó ella, aún sin poder conocer la cara de aquella sombra que la rescataba, que le había entregado todo lo que tenía.

El príncipe esbozó una sonrisa que resumió la resignación de la forma más perfecta. Se dispuso a responder a la petición, ya sintiendo el peso de toda su existencia sobre los hombros. Anticipándose a sus palabras, una sensación espantosa le recorrió el cuerpo, como un escalofrío ardiente; eso le recordó que el futuro le deparaba algo completamente distinto de aquello que estaba a punto de decir. Con esa sonrisa y toda la tristeza que cabía en él, dejando todo su amor en el sol regalado junto a todos sus recuerdos —ya notaba como la memoria comenzaba a fallarle, creando huecos que devoraban los lugares en que había guardado todo, incluida ella—, finalmente contestó:

—Yo te espero aquí.

La luz del sol de la princesa terminó su efecto y la devolvió al mundo que le correspondía, aquel que siempre había habitado y que debía ser su hogar, en el castillo de siempre, en el valle, entre seres queridos. La línea dorada alcanzó el final de su recorrido y la roca negra se cubrió de musgos y hierbas. El cielo abandonó por completo el negro que lo contaminase y adoptó el azul más intenso. El aire, limpio como nunca, recuperó la frescura de los días de libertad. El mundo, después de todo, quedaba como tenía que ser y la ella podría, de una vez por todas, convertirse en la reina de su futuro. Habría un nuevo rey.

La sombra no pudo ver el resultado de su sacrificio. Sin tiempo para reaccionar, su princesa había desaparecido de aquel mundo que lo había hecho ahora su único habitante. Había podido entrar en él y hacerla a ella salir, pero en el camino había tenido que dejar su corazón dentro del de aquella desconocida a la sombra en que él se había convertido. Una vez lejos el sol, nada del príncipe quedó en el cuerpo ahora vacío, hueco, nada que recordase a un mísero vestigio de su existencia. La oscuridad había podido al irse su luz interior y el mundo volvió a aquella penumbra de embrujo. Allí, mínimamente consciente de que lo único que eventualmente lo sacaría de esa prisión interior habría de ser un amor como el que dejaba escapar, la sombra se sumió en el olvido de esperar sin razones, perdida en áridos desiertos interminables hasta que alguien la viniese por fin a buscar.

Con el último susurro de la consciencia, lo poco que quedaba de príncipe dijo antes de sucumbir a la sombra y al olvido:

—Te espero aquí...


Acto seguido, la oscuridad invadió el mundo y el príncipe ya no existió más, olvidando todo lo que era, todo lo que había querido, en una posición de espera que quizá nunca llegaría a su final."

sábado, 11 de junio de 2016

SI EL CIELO ESTÁ GRIS

"La soledad no está tan sola, ¿no ves que a mi no me abandona? Como una tempestad que va arrancando los tejados, no sé quién me quitó lo que jamás me habían dado*. Nunca en la vida comprenderé ese ansias por despojar de lo merecido, de lo vivido y cuidado en cada instante; no entenderé las pérdidas de tiempos en amores tan distantes que apenas se pueden percibir. Porque de percibir hubo su tiempo y quizá se malgastó en conversaciones banales e intentos de que se pensase bien, de que las ideas fuesen las correctas y la forma de sentir respondiese. Quizá la soledad prefiere de carnes que pueda morder, dentelleada a dentellada entre sonrisa y sonrisa que ocultan lo sentido en pro de un nuevo sentir que no es el propio. En pro de algo que se va a acabar.

No entenderé, porque ni quiero intentarlo, cómo siente otra gente que no atina a ver por los mismos ojos los colores que se despliegan, a esa gente a la que se intenta corresponder, aliviar y, al final, todo acaba en un abismo que no debió haber nacido en ningún momento. No entenderé por qué los senderos que no están marcados conducen a lugares tan indeseables, tan conscientes de sí mismos que ni tan siquiera quieren albergar a nadie más. No entenderé el porqué de esos ojos que no me miran, que ignoran lo que se ha vivido como algo que ni siquiera ha dado tiempo a conocer. No entenderé cómo la vida se queda abierta y dispuesta ante un cadáver que solamente espera la forma de resucitar con una palabra. No entenderé que todos acabemos aquí deshechos cuando tantas veces hemos intentado triunfar. No entiendo, en definitiva, lo que la vida me quiere decir; que si es no, es no, y si es que sí, adelante con todo. Pero, ¿por qué arriesgarlo siempre en el primer intento al ver la luz?

La luz: esa quizá sea la clave de todo. Y es que en ti se vio la luz una noche cualquiera, a pesar de haberla propiciado yo. Vi lo que no está escrito, lo que nunca quise contemplar por protegerme de una manera tan infantil, porque, después de todo, conocía la forma en que las cosas acaban y no quería participar de ello. No quería, no, pero ya ves tú el resultado... Esa luz nubló cualquier visión de una vida nueva y obligó a las decisiones a seguir el mismo camino. Esa luz que se presentara una noche cualquiera en un sitio cualquiera, con unas luces cualesquiera alumbrándonos a los dos. Esas luces, por tan dispares, que parecieron alumbrar el nacimiento de un nuevo mundo que nunca comprenderemos ni tú ni yo. Al menos, no tú.

Unas luces que, tras mucho pensarlo, mejor que se extingan porque no puedo mirarlas más. Ya me cegaron demasiado esos destellos de mundos que no podré recrear ni con palabras, pues bastante me está costando lo último que habrá. Pero es así: no puedo evitar sentir que nada acaba en este momento, que tendría que esperar. Y no tiene sentido, ni sentido ni nada, porque todo, al fin y al cabo tenderá a terminar.


Envidia, bien pensado, es lo único que puedo albergar por un mundo que tanto ignora cuando quiero darlo absolutamente todo. Envidia por aquellos que no piensan, que encuentran sin querer el destino de sus vidas cuando nosotros aquí estamos, al pie de un cañón que nos revienta la cara, esperando la situación oportuna para florecer. Nos ignoran y así nos sentimos, dejados de la mano del tiempo y del no regresar, del quedar arrinconados en las estanterías atestadas de trastos de este oscuro bar. Envidia, y no es más que eso, por ver a quien triunfa ya sea o no merecido, a quien ocupa al fin y al cabo su lugar. Envidia de todo, de nada, de lo siguiente, del pasado... de quien te tendrá.

La soledad, no está tan sola."




*Fragmento de : "Si el cielo está gris" (Extrechinato y Tú, Poesía básica, 2001)