domingo, 17 de febrero de 2019

NO HABLEMOS MÁS

No se puede hablar. Todos los años de evolución del ser humano para que ahora, en pleno siglo XXI, no se pueda hablar. No se puede por la falta de entendimiento; por la falta de entendederas, más bien. No se puede hablar porque hay oídos que no escuchan, orejas antiguas cerradas con el aire de lo nuevo, del ser joven, del querer empaparse de lo que nunca se ha vivido y empuñarlo indemne como bandera inmaculada. No se puede hablar porque hay mucho imbécil que suelta barbaridades y mucho imbécil, de otra casta, que cree tener toda y la única la razón.

No tienes derechos; pienses lo que pienses; vivas lo que vivas, entiendas lo que entiendas. No tienes derechos: ni de pensamiento ni de opinión. Confórmate. No haber nacido en la facción equivocada... Te jodes y bailas al son de las voces que más se escuchan, de las que no son mayoría pero consagran el sentir que se tergiversa en algo odioso. De lo bello y lo inherente, a lo deforme y malversado. No tenéis derecho.

Se acaba la paciencia con tanta estupidez engendrada de la incapacidad, de esa falta de humanidad que distingue lo necesario, lo auténtico, lo único, lo bueno, de todo aquello que se defiende a capa y espada sin más. Como si la espada hiriese y acabase con todo aquello que la capa pretende ocultar. 

No, vuestras opiniones no son bien recibidas. Retrógrado, antediluviano si ha de ser; pero vuestras opiniones no son bien recibidas. No, jamás, mientras el sexo sea lo que marque diferencia, mientras no sepáis ver que uno y uno son uno mismo, que no hay diferencia. No sabéis ni diferenciar a lo que es igual; no sabéis nada. Vuestros puntos de vista quedan tan lejos de la realidad que, ni por asomo, son dignos de tenerse en cuenta.

Por tan poco de entendimiento, no tenéis lo suficiente como para daros cuenta de las redes que se estrechan bajo vuestra forma de ver. No hay quien, entre vuestras filas (término bélico, intencionado, y a más no poder), sea capaz de darse cuenta de la manipulación subliminal y subversiva que marca esta nueva de era del "yo soy yo y que le jodan al mundo" y del "Tú, ¿quién cojones eres para hablarme?". La gente se pudre.

La gente se pudre y así lo hace la sociedad, presa de gentuza tan infame como la que predica sin ejemplo, la que enarbola lo que no comprende, la que defiende lo que no ha podido experimentar. Por eso, por todo eso y mucho más el mundo se va a la mierda de las manos de un puñado de inconscientes que, al fin y al cabo, somos todos representados por unos pocos y teatralizados por quienes menos lo esperamos.

Dog eat dog, dice el dicho inglés. "Que os follen", dirá mi epitafio.  


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