"Cuando todo se detuvo, la más negra oscuridad se hizo en el mundo
alrededor. La sombra, cuerpo inmóvil por la congelación del tiempo
que había sobrevenido de forma inevitable y repentina, se alzó
sobre el suelo unos centímetros. Suelo rojo de rocas ardientes que
poblaban toda la extensión que la vista alcanzaba a percibir. Ahí
estaba ese cuerpo oscuro e inmóvil, a centímetros del suelo y con
piernas juntas y brazos extendidos a los lados, como si una fuerza
invisible la hubiese crucificado de repente. Levitando y tiempo
ausente, horas en minutos y segundos que duraban una eternidad, todo
mezclado e incoherente en una quietud difícil de comprender. En esa
postura de servidumbre involuntaria, de no poder hacer nada más,
resistencia inexistente, a la sombra no le cabía sino esperar que el
infinito se consumirse. Pero eso no ocurriría.
Tan de súbito como el hielo que envolviese el tiempo, unos objetos
extraños comenzaron a aparecer frente a la sombra, flotando en un
aire inmóvil que no atendía a razones. Poco a poco, como en un
sueño lúcido, se juntaron uno a uno hasta formar una maraña que, de
tan a kilómetros que de encontraba, solamente unos pasos la
separaban de la sombra. Eran palabras: palabras afiladas que flotaban
en lo oscuro de la noche y se arremolinaban, chocando unas contra
otras y combinándose en puntas afiladas que amenazaban con
descerrajar. Ahí, frente a frente, se juntaban todas con un tono
agresivo que acabaría en jirones de piel y sangre derramada. Y así
fue, justo en el momento en que esas puntas de letras bien cimentadas
comenzaran a moverse, a adquirir velocidad con dirección
determinada, dispuestas a devorar la carne que se presentase por
delante. Carne de la sombra que se abría para dejar paso a las
puntadas que alcanzaban brazos, piernas, pecho... Que impactaron por
doquier y con despiadado celo. Todas y cada una de esas palabras
acertaron en su empeño y la piel, la carne, quedó desnuda por dentro
y por fuera, como un libro abierto que nadie quisiese leer. Comenzó
la tormenta y llovieron las palabras despiadadas sobre la piel
de la sombra eterna, inmóvil y dejada al querer del tiempo que no
controlaba. Pero no había hecho nada más que empezar...
Una vez hubo terminado la lluvia de palabras desgarradoras, el cielo
volvió a quedar despejado en el centro de su negrura, ni una sola
nube que diera atisbo de vida por allí. Nada, ni luz de luna que
recordase nada. Fue un momento de calma que, como dicta el refrán,
vaticinó más segundos eternos de tormenta bajo aquel paisaje
despiadado. Venían ahora, a lo lejos, como llamados desde los
más profundos infiernos, enjambres de sentimientos rabiosos que, de
hermosos que eran, herían por ignorados cada hebra del mundo que
atravesaban. Todos a una y en honda convicción se acercaban
decididos a la sombra flotante que padecía lo que tenía que
padecer. Se acercaban y amenazaba su presencia, ausente y salvaje en
aquel mundo sin orden. Se acercaban y lucían sus puntas, como flechas
de diseño espiral, girando en el aire con mirada demente, solo fija
en el lugar donde van a perforar. Se acercaron, y tan de golpe, que
la sombra no tuvo tiempo de verlas hasta estar encima, hasta notar el
giro que abría la piel, que se adentraba en los músculos
desprevenidos... No hubo tiempo de saber nada hasta que, muerte
vencida, todo llego a su final.
La sangre vertida a borbotones, la sangre que huía de las heridas de la
sombra congelada en el centro del mundo, nacía tan roja como siempre
lo había hecho. Fluía sin control desde lo más profundo, pero
fluía e impactaba en el mundo de afuera. Salía roja, viva,
candente... Y tanto lo hacía que, en un momento de aquella
sangría, el carmín del líquido precioso se tornó un fluido
luminoso que encendió la noche.
Todo alrededor se iluminó con los hilos de sangre que brotaban de la
sombra en el aire. De repente, como algo incomprensible que no se
pudiese evitar, solamente el color de la luz daba vida a ese
sufrimiento que relucía como si emanase del mismo sol.
Atravesada y deshecha, la sombra comenzó su descenso de ese levitar
tan inconveniente, que tanto la había expuesto a la inclemencia de
la locura. En segundos, esta vez fugaces, tocó de nuevo el
suelo y se arrodilló al instante, como aliviada de haber podido al
fin volver. Y la sangre fluía y continuaba su discurrir ahora por el
suelo rojo e incandescente de aquel interior. Todo ese
sufrimiento se esparcía como una nube de semillas diminutas
diseminadas por el viento. Ríos de luz brillante marcaban todo
alrededor, respuestas coherentes al producto de la locura.
La sombra alzó la vista en el justo instante en que, desde esos charcos
de luz que su sangre había formado en el suelo, el brillo inmenso
del siempre alcanzaba la bóveda celeste de aquel rincón ignoto.
Todo, absolutamente todo lo que se encontraba allí perdido quedó bañado del color dorado de una razón nueva que se destilaba a
partir de lo más duro del más adentro. Todo se iluminaba... Todo
cobraba el brillo de un final más necesitado que querido, más
acertado que digno de esperar.
La sombra, al final, volvió a extinguirse en su páramo privado, ahora
dorado por doquier, iluminado hasta el más mínimo rincón. La
tormenta había amainado de golpe, pero quizá cuando ya era
necesario. Ahora, en ese mundo tan distinto que marca el final de un
principio, igual podría descansar de tantas ideas encontradas, de
tantos sentimientos cruzados y, al final de todo, dejar el pasado
congelado y sufrido y, de una vez por todas, de nuevo comenzar a
caminar."
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