Voy a construir monstruos, y los haré tan perfectos que
las sombras del oscuro, del recuerdo, huirán despavoridas
como ante su propia muerte.
Les daré vida y serán engenderos
deformes de lo que una vez fue bello;
así, acabaré con imágenes pasadas y costumbres en desaparición
y, de paso, quedará evidente la belleza de lo vivido,
aunque sea solamente por mera oposición.
Y los monstruos caminarán por estas tierras,
tierras yermas que hace poco dieron flor,
con paso lento y descuidado,
mirada perdida por la falta de inteligencia,
puros autómatas de la desesperación
que consumen aire y hunden el suelo bajo sus pies,
que hunden el mundo alrededor.
Voy a construir monstruos hambrientos
que traguen por tragar, que hagan desaparecer
todo aquello que ahora sobra y fue atesorado,
todo aquello que ha vencido y me encuentro caducado.
Ellos lo devorarán todo hasta el último hueso
y ahí en medio estaré yo, sonriendo a la luz
de sus ojos, idos y vacíos, ausentes de razón,
consumiendo cada minuto perdido
y enterrando tras sus fauces lo que ya es solamente ilusión.
Voy a hacer los monstruos más perfectos,
tan calculados y vivos, tan ansiosos y perdidos,
que cuando acabe la marcha fúnebre de su atracón nefasto
este valle volverá a renacer con los colores vivos
que una vez poblaron hasta el más recóndito rincón,
y ya no habrá nada ni nadie que me devore,
no habrá oscuridad sino puras luces en la noche,
brillos de un pasado abocado a un futuro mejor,
crecerán las ilusiones y al final de todo llegará
el momento perfecto para que vuelva a salir el sol.
Ya no existirá lo innecesario, no engrosará el montón
de causas perdidas y recuerdos soñados,
de todo aquello que será devorado,
por los monstruos esclavos de mi imaginación.
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