La diferencia es notable siempre.
Entre el placer de la carne y el del conocimiento
se alza un muro que cae de pura gravedad.
Todo al suelo,
y a volver a construir desde un cero
que no parte de la piel más deseada.
La diferencia,
inalcanzable en cada movimiento,
son los besos deseados en una piel tan desconocida
como vislumbrada. Tantas caricias
que no merece la luna de una noche,
la habitación dormida en un instante que olvidar.
La diferencia, entre roce y deseo,
es tan grande que esta noche,
tan perdido en esa misma luna que no comprendo,
solamente quien está a mi lado despierta
con la luz de algo tan nuevo como oculto,
tan oculto como objeto de deseo;
es tan grande esa diferencia
que me levanto para no compartir escenario
con el fruto de lo que siento.
Tan cerca, tan al alcance de mis labios...
algo a lo que no llegaré
por haberlo intentado de formas equivocadas
en momentos que no comprendo.
Y, después de todo, la diferencia queda patente,
marcada como algo inalcanzable
en este mundo que me invento.
Diferencia, al fin y al cabo,
que se define en tener lo que no tengo.
Diferencia es,
en todo lo escrito y en lo imaginado,
pasar una noche sumido en el deseo
con alguien a quien no deseas,
con alguien que no se acerca a ese concepto
de querer bajo cualquier prisma, de lo imaginado.
Diferencia es, después de todo,
que un beso te recorra de principio a fin
y que inunde todo tu cuerpo.
Diferencia es, al fin y al cabo,
querer besar cada rincón de piel
y de ello hacer un recuerdo nuevo.
Diferencia es, ni más ni menos,
sentir que cada centímetro de ti
me acerca más a tu cuerpo,
si bien solamente pensado
o cautivo de un recuerdo
que no se concreta,
de una imagen inacabada
que aún, a pesar del tiempo, espero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario