"El tiempo se olvida, al fin y al cabo lo hemos inventado
nosotros. El tiempo, como un fluir extraño e impredecible, se pierde en
un vórtice imposible de calcular. El tiempo, arena que se escapa en un
agujero sin fondo, se olvida al final del tiempo mismo casi sin poderse
evitar.
Perdidos, dos se buscan en mitad del silencio. Dos, como
uno sólo que partido por la mitad se separa en el mismo ímpetu de
reencontrarse. Así, cada vez más lejos, la mitad deja al uno, y el otro
se convierte en ajena mitad.
La calma, tan necesaria como increíble, sumida en una bruma
de la que algún día despertaremos, inunda cada poro de la piel cansada y
resentida, esa piel que el sol quemó en un deseo ferviente de
contacto. Esa calma... Esa calma tan aceitosa que el aire, empastado del
recuerdo más involuntario, se convierte en un humo muy difícil de
respirar. Pero se respira; se respira y se queda adentro, en cada fibra,
en cada parte del ser único, y se disfruta como solamente se puede
disfrutar aquello que te destruye. Esa calma... Ese silencio que lo
invade todo e invita a pensar.
Y un segundo, ese segundo tan intenso, tan cambiante y de
ojos abiertos, se prolonga una eternidad inmensa, oscura, silenciosa, en
calma y ajena a todo. Una oscuridad que, abrazando todo aquello que
destruye su tejido, se llena por el contrario de brillos tan intensos
que es imposible dirigirles la mirada. Mirada... Una mirada cansada de la repetición de lo aparente, ávida
de esa oscuridad que llena de reflejos la memoria, que fuerza a destruir
para luego crear.
Se acaba todo y llega el silencio. Se acaba el momento y empieza la hora de volver a sentir que es momento de empezar."
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