martes, 13 de octubre de 2015

EL ESPEJO

"El alma se encuentra de nuevo en un paisaje desértico y dejado de la mano del olvido; cielo negro, nubarrones cubriendo el horizonte en tono amenazante, ilusiones de un pasado pesado que impregna el aire del más rancio hedor. La noche se hace larga en un segundo y la infinidad recorre cada poro de la piel, anidando desapercibida y haciendo mella hasta lo más profundo, hasta el centro mismo del rincón más guardado en el corazón de un alma incomprendida que, noche tras noche, todas como esta, saca a paseo lo que guarda en el interior. Las luces de la calle, ausentes y naranjas como solamente ellas saben ser, ignoran a quien pasa por debajo absorto en pensamientos que no deberían salir a horas tan intempestivas. El alma, tan oscura como perdida, sigue su camino a pesar de todas aquellas palabras que la rodean sin cesar, que se ciernen como buitres hambrientos sobre una presa que ni por asomo ha muerto todavía.

La noches se hace aún más oscura y los caminos se confunden. Las imágenes de quien se encuentra cerca, de aquellos que han tenido el privilegio de rozar la piel inexistente, la protección tan transparente que alma esgrimía entre si misma y el mundo alrededor, penetran en una simbiosis macabra que lo llena todo de recuerdos deformados, de impresiones absurdas que nada tienen que ver con la realidad. Esa permeabilidad tan incoherente, tan poco decidida como inconveniente, deja pasar los ácidos de opiniones corrosivas cuyas bases no responden a la lógica normal, al comportamiento deseado que, muy a pesar de tantos, se ha convertido en algo tan exiguo como ignorado en un tiempo en que nadie sabe qué es pensar, en que todas las voces que no tienen ni idea pueden opinar. El eco no es el sonido puro, como no es la imagen real la misma que reproduce el espejo. Pero allá cada cual en la oscuridad de propio ser oscuro...

El alma, herida de muerte ya tantas veces sin motivo aparente, recela del mismo aroma del aire y se resguarda, cubierta de espinas sobre una coraza helada, impenetrable, ausente de cualquier calor que surgiese inevitable de la emoción que —oh, sorpresa— sí siente. El alma aprendió que en la noche el sol brilla escasas veces; aprendió que la luz no siempre proviene de un faro salvador, sino que, más bien al contrario, puede brillar desde los infiernos de un pasado devorador y de un futuro incierto y poco deseable. El alma, que por quemada llevaba una costra como piel más externa, conocía del calor de los momentos falsos en que nadie es nadie, sino el reflejo de aquél que no tiene valor de ser, que no tiene valor de encarnar, de aquel que siente su realidad tan próxima a la muerte como dolor se aprecia en su mirada. El alma, que tanto ha pasado y que de tanto se queja sin emitir sonido alguno, sabe ya que lo malo es únicamente pasajero, que lo eterno siempre queda, convertido de una u otra forma, en la imagen viva de un destino sereno y redentor.

Las noches se hacen noches porque sí, porque el equilibrio también depende de la muerte; y esta actúa, y el día se convierte en noche y esta a su vez desemboca en día. Nada cambiará la oscuridad del momento por el brillo subsecuente, el que venga después de todo aquello que debe ocurrir, en que todo lo vivido lo sea de forma inevitable, en que todos y cada uno de los momentos sea solamente una célula de la piel oscura del alma profunda que nunca logra salir. Las noches, tan frías como sabias, imprimen el amargor de las opiniones mal dadas, de los sentimientos mal venidos, de la incontinencia más creativa y de las calladas más dejadas al olvido en cada brizna del aire que el alma respira. Poco a poco, los pulmones se inundan del fulgor de tanto recuerdo aprendido y algo cambia.

El alma, sorprendida por el resplandor de algo esencial que brota de su interior, contempla la piel que contiene su cuerpo etéreo y un brillo mortal esfuma los recuerdos de lo que nunca fue, de lo que nunca será y de lo que dijeron que no podría haber sido. Un calor ancestral traspasa la piel del alma, antes opaca, y esta irradia el poder de una sensación que nunca habría podido conocer. Hicieron falta muchas noches ausentes de luz, muchos mundos vacíos y en ruinas por explorar, para que el alma se diese cuenta de que nada importaba tanto, de que nada era relevante fuera de la luz que emanaba entonces de aquél punto radiante, de aquel centro de fulgor.

Y, entonces, la noche se hizo alma y el alma se fundió en la oscuridad, iluminando cada rincón con el brillo reciente de su más íntimo interior. Intentos fracasados y nubes de desesperación languidecieron como frutos pasados en la rama de un árbol seco. Momentos pasados y recuerdos muertos se quemaron como papel antiguo, como fotos viejas de otra vida, bajo la luz que todo lo iluminó. Y la noche, hecha alma y completamente desbocada en un nuevo mundo, ignoró la oscuridad que sobrevenía desde sus más recónditos rincones, y los escondrijos de las excusas se llenaron de luz, y los ojos del alma sonrieron a pupilas abiertas, a lágrimas no vertidas por no ver la razón de su existir. 

La luz iluminó un camino hasta entonces inexistente y la sombra, sin duda que albergar, inició la marcha a un futuro desconocido pero, ahora sí, de un pasado sumamente aceptado del que ya no venían vientos fríos que endurecieran su coraza; ahora, el cálido aroma del saber a ciencia cierta, del encontrar el placer en cualquier mirada, en cualquier sonrisa, en cualquier puerta abierta, hacía que el olvido devorara toda aquella vida tan pasada como obsoleta. La luz iluminó la mirada de la sombra y esta se desvaneció en el aire. 

La luz... La noche... El alma... Todas en uno, una alma en todas, tan parecidas como encontradas, fundidas en el recuerdo inexistente de esperar lo que no se espera, de encontrarlo todo al final mientras aún no se ha encontrado nada."

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