"La vela se ha apagado. Esta noche, frente al relente de una ventana abierta nadie sabe hacia adónde, la brisa que entraba y mecía las cortinas de una imaginación incompleta se han agitado en movimiento imperceptible que, con un soplo mal querido, han acabado con la llama de la única vela de la habitación. Fuera llama y fuera luz, fuera todo lo que no cabía en un espacio tan reducido que se abrió al resplandor de una bujía candente que iluminaba un interior desordenado y poco cuidado con el tiempo. Una brisa tan suave, tan pasada por alto, que lentamente y a pesar del esfuerzo por mantener el fuego, brizna a brizna consumió el brillo que mantenía viva la habitación.
Se apagó la vela y llegó la oscuridad de un modo que nadie se esperaba. Entumeció mentes y dejó cualquier movimiento como un leve recuerdo de algo sucedido; se apagó y todo volvió a una oscuridad fría pero cómoda. Después de todo, siempre han acabado por extinguirse las luces que convertían la noche en día, si bien los días han muerto en atardeceres despiadados con el único motivo de volver a nacer. Con un suspiro y un leve aroma a humo, dulce y asfixiante, la realidad de lo encendido tiempo atrás llegó a su fin. Una noche cualquiera, con todas las estrellas de fondo, testigos mudos inapagables de aquello que atinaba a suceder; desde un principio hasta un final más, las notas del movimiento ondulante de la llama se tornaron cada vez más nerviosas. ¿Cómo mantenerla encendida si ya se apagaba?
La luz de la vela dejó paso a todo aquello que solamente es visible sin la luz de la realidad, a todo aquello que cobra vida bajo el atisbo de la imaginación y de un esperar algo nuevo. El calor se esfumó en leves trazas de recuerdo de algo quemado de tanto arder. Un resplandor que moría en pro de todos los nuevos que habrían de nacer. Pero moría, y eso a la vela le era inevitable. Muy a pesar suyo, la luz se extinguiría y dejarían de verse los ojos que miraban fijos, atentos a cada detalle, lo que ocurría en la escena más deseada a la que aquel halo dorado pudiese dar contexto. Se iba, perdida ya en un bienestar que escapaba al pasado. Se marchaba y eso era inevitable.
La luz de la vela se apagó. En un mundo a oscuras, aquella barra de cera dejó de brillar de forma consciente, de forma inevitable, pues el tiempo pasa y no perdona, ni concede, no condena ni castiga; un tiempo que, indiferente, sólo ofrece lo mejor que se pueda encontrar. Lo mejor que, dicho de otra forma, bien pudiera ser la separación de fuego y vela, no llegase de improviso el caso en que uno consumiese a la otra; o viceversa, que una no resultase suficiente para tanta cera.
El caso es que la luz se fue y todo quedó a oscuras. En una falta de claridad que albergaba la pausa de lo vivido, la permanencia de aquél recuerdo, las ganas de lo querido y las consecuencias de tanto tiempo, dos ojos se cerraron al presente, como habitantes de un mundo eterno que esperasen que todo llegara, fuese ahora lo adecuado, aunque siempre a destiempo. Se cerraron a falta de la luz del invierno, de un día nublado, un día en que la llama de la vela empezó, sin remedio, a ver el fuego de su mecha consumido y apagado.
Y así, consumido el brillo del mundo, esperaremos una nueva chispa que ilumine el cielo."
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