"Todas las cabezas se giraron de repente. En lo alto, como el brillo de un antiguo sol que alumbrara humanidades, unas imágenes incandescentes atraían e hipnotizaban todos aquellos ojos que, pendientes del movimiento de los veintidós, cerraban su experiencia a otro mundo más inmediato, más real y más ficticio, más falso y encarnizado que cualquier resistencia social.
Todos contemplaban lo alto como ausentes, como babas cayendo de una boca entreabierta y descoyuntada en el atontamiento de la sociedad. Todos miraban, y mis ojos al suelo en desconexión, en esa falta de contacto y de compartir lo que todo el mundo adora. Mundo de soles de plástico, de ídolos mal construidos que no atinan a empalmar dos palabras seguidas con coherencia. Ídolos, como nunca debió ser, de cabeza vacía y bolsillos llenos, que dejan lo que fue digno en una mera impresión, en un simple recuerdo de una época en que todo era distinto, en que todo valía más de lo que cuesta hoy.
Todos se giraron y se perdió el sentido de la vida. Ahogados en la imagen de lo deseado, de la envidia por no ser ellos, del ansia de ser más en cualquier competición. Todos se alzaron ante tanto que se marcaba. Todos se alzaron, la sangre comenzó a hervir y unos y otros se restregaron victorias y derrotas. Victorias en las que nadie conocido hubiese participado; derrota de cada uno que se encontrase enfrente, a sangre y fuego, a brazo partido y cuchilladas si fuese necesario por sus ídolos, caídos o en victoria.
Todo el mundo alzó la vista mientras yo cerraba los ojos, ausente de todo lo que conocía el resto, intentando la concentración en un mundo que quizá, sólo quizá, nunca acabe de existir.
Perdí el partido."
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