"Mi tiempo se agota.
Ahora que veo acercarse el fin de mis días, no puedo eludir la
urgente necesidad de dejar escritos todos mis conocimientos, tanto
aquellos que he procurado compartir e inculcar a toda mi gente de
forma expresa, como los que, en el principio del todo, prometí no
revelar. A pesar de la prohibición de hacer conocidos la naturaleza
y el objeto de lo que me fue entregado, temo que, si nadie hereda mis
recuerdos, el futuro de nuestro pueblo, de los jóvenes Karnae, pueda
caer en el desastre y la extinción prematura. Con el corazón
hundido en pesar, he de traicionar a quien nunca traicionaría, a la
tierra, a los bosques, al fuego... a nuestro padre, a Karn. Sus
confesiones deben sobrevivir y perdurar en el tiempo hasta que un
destinatario adecuado nazca en este mundo. He aquí el resumen de la
vida oculta de los Karnae; tan desconocida, que solamente yo poseo
toda la verdad.
Cuando todavía vivíamos
en las tinieblas del pensamiento y el mundo era hostil e
incomprensible, ningún pueblo habitaba sobre la faz de Karel.
Únicamente había individuos repartidos en pequeñas familias,
distanciadas unas de otras. La naturaleza reinaba en todas partes. El
hombre, como diría hoy, no existía, pues no era distinto de
cualquier otro animal: salvaje, instintivo, libre. La capacidad del
pensamiento no era algo que poseyéramos. Recuerdo las noches oscuras
en la soledad de esta misma cueva en la que hoy me siento a escribir.
Encontrarme con alguien desconocido siempre era una situación tensa,
de desconfianza, recelo y curiosidad. Dependíamos de una caza burda,
sin más instrumentos que manos, piernas y dientes; acechábamos y
nos movíamos con sigilo, husmeando. Éramos una bestia más, un
estadio muy primitivo de lo que hoy somos. Y así hubiésemos
continuado, de no ser por lo sucedido una noche cualquiera.
Mientras dormía,
extraños sueños invadieron mi mente. Imágenes de seres increíbles
atenazaron mis nervios y el paisaje que veía, pues siempre soñaba
sobre lo que conocía, empezó a cambiar. Me encontré de repente en
una tierra seca, desierta, ausente de vegetación o animal alguno.
Era desconocida para mí, pero yo tenía la sensación de que, sin
embargo, estaba en casa. Ríos de fuego quebraban el suelo y
desprendían columnas de vapores verdosos y amarillos. La tierra,
rojiza y negra, era un manto de roca estéril y ardiente. El cielo,
negro por un velo de nubes venenosas e insondables, ocultaba las
luces de los astros.
Absorto en la visión
fantástica y descomunal de un mundo latente naciendo del fuego, mi
mente giraba a tal velocidad que creí que moriría de locura, de
agonía, de tensión. Fue entonces cuando una voz poderosa como el
universo hizo vibrar el aire y su sonido me llegó, ultraterreno,
impactando en mí. Era la voz de Karn, como supe con sus primeras
palabras. Aun hoy, no sé si su voz fue real o si habló dentro de mi
mente, una mente por desarrollar, primitiva, sumida en la oscuridad
de su propio nacimiento. No reproduciré las palabras exactas de Karn
por respeto, pero tengo la osadía de cometer esta traición, aquí
reflejo su mensaje.
Yo, un hombre incapaz de
la razón, como todos entonces, no comprendía lenguaje alguno que no
fuese el intuitivo de los gestos. Sin embargo, entendía
perfectamente lo que aquella voz me contaba. Me habló de todo lo que
luego se ha convertido en las tradiciones Karnae. Era Karn, el ser
primero del universo, era el Universo en sí. Me narró el principio
de sus días como gigante de piedra, mucho antes de la creación del
tiempo. No sé si fueron su voz o las imágenes que se proyectaban en
mi mente, pero vi al gigante en toda su extensión, enorme,
inacabable, infinito... Me contó el final de su existencia
únicamente, como todo Karnae sabe. Me describió la guerra última
de la saga de los gigantes, cada uno de los cuales tenía el tamaño
de un universo entero, batalla que dio como resultado la muerte de su
raza. En explosiones tremendas, inconcebibles, los gigantes se
destrozaron entre sí en el fragor de la lucha; quedaron
desintegrados y llenaron todos los rincones de los universos con sus
fragmentos muertos y estériles. De aquella última batalla, nada
debía quedar. Era el fin que llevaría al principio.
Como es bien conocido,
Karel permaneció flotando, aislado en mitad de la nada. Se trataba
del corazón rocoso de Karn, que quedó como semilla latente para un
futuro resurgir del gigante. Bajo unas circunstancias especiales,
Karn volvería definitivamente para continuar con el discurrir del
tiempo y la existencia. En ese nuevo nacimiento, los Karnae tendremos
nuestro lugar como parte del todo y esencia de la creación, como
fuente de la vida que, con los eones, dará nacimiento al nuevo Karn,
Sin embargo, aquellas
visiones e imágenes sobrecogedoras llegaron acompañadas de otras
bien distintas. Ahora que ya conocía el origen del mundo y su
necesario discurrir, Karn me mostró algo muy diferente. La
superficie de Karel estaba plagada de gigantes del tamaño de
inmensas montañas que formaban una legión de furia y descontrol,
una tormenta de roca, de destrucción que arrasaba el planeta y
desgarraba sus entrañas, matando la incipiente vida que debía
regresar al corazón del gigante universal. Venas incandescendes de
piedra fundida iluminaban la pétrea piel de los destructores. A cada
paso, abrían simas abismales en la corteza del centro de Karn, en
nuestro hogar. Solamente encontraban oposición en unos seres de
aire, de agua y de gases, los Gau, que combatían a estos enormes
Kartun, pues así los llamó Karn, e intentaban proteger Karel.
Tanto los Gau como los
Kartun habían nacido de las extrañas del planeta mismo. Los
gigantes, como respuesta a un problema que impedía el libre
desarrollo de Karel para devenir el gran Karn, una fuerza oscura y
desconocida que no deseaba su regreso. No obstante, la vida y sus
cauces naturales no pueden ser detenidos. De una forma u otra, ese
ímpetu, esa energía creadora tiene que desarrollarse, bien para
construir, bien para la destrucción. Los Kartun surgirán de la
presión por evitar el cambio de Karel y, en su ciega llama de ira,
arrasarán cuanto encuentren a su paso hasta que solamente una nueva
muerte pueda devolver la vida al corazón del gigante.
Los Gau, por su parte,
seres vaporosos que cubren el cielo, intentarán evitar que los
giagntes devuelvan al mundo a un estadio anterior. Nacidos como
salvaguarda de los últimos suspiros de Karel, su único cometido
consistirá en acabar con los Kartun y conservar lo que quede
intacto. Lucharán hasta la extinción de los unos o de los otros, y
del resultado de su gran batalla se decidirá el camino que Karel
tomará: o la muerte precipitada bajo la furia de la roca, o la
incertidumbre de la continuidad tras una catástrofe semejante. En
cualquiera de las dos posibilidades para el futuro de Karel,
solamente puedo sentir temor, pues se acerca un gran final, ya sea en
forma de cambio o de destrucción.
Nunca he transmitido esta
parte incierta y catastrófica del mensaje a nadie, como fue deseo de
Karn. Después de la revelación, los Karnae nos identificamos como
tales. Por influencia de la energía universal de nuestro creador,
nuestra especie fue elegida para adquirir conocimiento y capacidades
superiores. Nadie recuerda nada de su propio principio, pues
solamente yo, Shur-kan, brujo primero de los Karnae, vivo de entre
los primeros seres inteligentes.
Como he dicho, nadie
conoce esta historia. Durante mis largos años, no ha habido día en
que no meditase sobre la visión y siempre llegaba al pensamiento de
que la incertidumbre de ese final... Soy impreciso, pero ya he
revelado suficiente. Algún día llegará alguien adecuado, alguien
capaz de ser un verdadero Karnae, de comprender su propia naturaleza.
Entonces aparecerá la marca de Karn y sabrá de su destino. Hasta
que ese día llegue, este escrito permanecerá aquí en la cueva. He
grabado las paredes con conjuros, de modo que únicamente un
verdadero Karnae sea capaz de recibir mi mensaje. Espero que
entonces, cuando el mundo esté preparado para decidir su propio
devenir, el elegido Karnae sabrá llevar a su pueblo a un estadio
superior. Confío en ello porque, de lo contrario, solamente nos
esperará la muerte.
Karn renacerá de sus
restos; quizá los Karnae lleguen a ser testigos. Ojalá sea así...
Que los años de Karel
sean largos y prósperos."
Shur-kan
Brujo Primero de los
Karnae,
legado viviente de Karn.
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