"Aquí la noche se hace pronto. Crece la oscuridad, viscosa, a dos metros de mi. Lejos, en cierto modo, pero presente, amenazante, atenta para abalanzarse al mínimo movimiento, ojos perdidos en locura y dientes afilados con recuerdos rotos. La negrura crece y toma cuerpo, un cuerpo informe y en despropósito que atenta contra lo racional.
El tiempo y el aire se detienen. La masa azabache, sin brillo alguno, sombra en su totalidad, repta y emite gemidos que parecieran carcajadas en una mente siniestra y hambrienta de cordura, ansiosa por masticar ese momento. El eco retumba en los oídos del mundo y el suelo tiembla. Todo tiembla, hasta el más hondo interior.
La bestia, retorcida al punto de llegar a la rotura, inclina el alma y se apodera de todo: vista, oído, piel, corazón... Se ha infiltrado en cada poro como un germen que pasa desapercibido, minando el ser desde lo más profundo. Se abalanza el alma encima de un alma solitaria que una vez sintió una conexión, y absorbe todo lo posible hasta dejar un fruto seco, yermo, vacío e inútil.
Las bestias devoran, destrozan y arrasan a su paso con cada parpadeo; nublan los sonidos e inundan los desiertos, anegan ilusiones y destrozan montañas y, de entre todo ello quedan finalmente unas ruinas descuidadas. Las bestias arremeten, hieren y desangran, pero en esa corriente roja de pasado anquilosado fluye la negrura del pensamiento. En esas heridas profundas hasta el alma que vacían todo el mundo desde dentro, se surcan los huecos de un futuro imperfecto, amorfo y desordenado, pero brillante. Brillante hasta cicatrizar el corte más profundo; y cálido, cálido hasta rellenar los huecos más yermos y vacíos, hasta conseguir que se inunde todo del calor más luminoso y sincero."
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