"Cuando desaparece la luz y las sombras se arrastran por el suelo, los ojos dejan de tener sentido y se cierran impotentes y dolidos por tanta incomprensión. El mundo se queda en silencio, sorprendido y extraño, y se aleja cada vez más hasta no ser nada más que una brasa hiriente que no deja de quemar. Tanto es el calor, que se hace insoportable.
En busca de un rincón perdido, vago entre la lluvia —que abrasa al caer—, tropiezo con todo y pierdo el equilibrio y la ilusión de ser yo. Deja de tener sentido. Paso a paso, piedra a piedra, gota a gota, consigo llegar hasta un recuerdo tan viejo como cercano. Me encuentro, como siempre, donde no quiero estar; me vuelvo a encerrar de repente en mi cárcel de cristal. Y, aunque aquí dentro no deje de llover, ya no escucho el silencio de afuera. Sólo queda esperar.
Entre cuatro paredes, techo y suelo transparentes, no dejo de indagar en la oscuridad que no escampa alrededor. Miles de palabras sin voz, de voces distantes y ahogadas, de miradas lejanas que no saben quién soy, se escurren en la negrura y se juntan, se hablan, se besan, se abrazan. Yo, callado y atento, aprendo del juego; aunque lo vea tan extraño en mi vida, pero aprendo. Podría dar tanta luz a un momento así, hacer de una vida un cuento y, del paso del tiempo, algo perfecto que recordar.
Sin embargo, mi lugar no está ahí afuera, entre tanto ruido y luces que no puedo compartir. Mi mundo está tan por todas partes que no se puede salir. Los cristales mitigan la lluvia y dejan tiempo para pensar en porqué nadie se para delante un momento nada más e intenta abrir la puerta para que pueda salir y nunca más volver a entrar."
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