A mí las Navidades es una cosa que por lo general me gusta: se está más con la familia, hay más tiempo libre (en principio) y cosas así. Pero claro, ese espíritu no lo comparte todo el mundo, ni mucho menos.
Hay personas que pasan esta época como otra normal, hay quien protesta y luego hay un tercer tipo de persona; en Brasil, concretamente. Porque yo, la verdad, nunca me he puesto en la piel de un narcotraficante brasileiro al que viene Papá Noel a hacerle una visita en helicóptero. El aparato se dirigía a otro lugar, pero cruzaba sobre unas favelas muy "acogedoras". El narco, que estaría tan tranquilo con su licorcito para después de comer, fumando algo y disfrutando de unas inocentes rayas, se ve de repente un helicóptero del que asoma un viejo de barba blanca y dos cientos kilos. El susto tiene que ser descomunal. Y claro, luego pasa lo que pasa: a balazo limpio.
Pero si es que es normal. Me pongo en el lugarl del amable proveedor de drogas y no me imagino que venga nadie volando a darme un regalito. Los regalitos, ya se los daré yo ya...
Así que sólo me gustaría hacer un aviso a Papá Noel, de parte de todos los niños ilusionados del mundo: no pases por encima de las favelas. Sí, repartir millones de regalos en una sola noche, montado en un trineo (que cuando pase por Haití, tira, pero, ¿y Siberia?), tirado por un reno con la nariz redonda y roja acarreando el peso de tu persona, que no es poco, es un trabajo muy duro. Pero, hombre de Dios, no te suicides, que los Reyes Magos no pueden con todo...
Pero bueno, al final los regalos llegaron a su destino y seguro que los niños de la favela adonde sí que tenía que ir este entrañable gordito los recibieron de muy buena gana. ¡Qué sustos da la Navidad!
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