viernes, 29 de abril de 2016

EL CAMINO DE LA ENTRADA

"Voy a sembrar el camino que se acerca a esta casa de alambre de espino. Decoraré con sangre las púas que destrozarán la piel de quien piense en acercarse; así al menos sabré que nadie se acerca por miedo. Un miedo que, de tan justificado, se convertirá en atávico y dominará absolutamente todos los instintos. Será la sangre seca de las púas erizadas hacia el cielo la que cale los falsos deseos de mirar pero no querer ver en realidad. Ahuyentar a conocidos y extraños, eso sí, pero cada cuál sabe que a una puerta siempre son muchas vías las que llegan. Pero una, esa única y concreta, quedará arrasada de metales hirientes y lascivo, anhelante de jirones de piel y carne que devorar. Ajados, perdidos y espantados quedarán los músculos que consigan recorrer los escasos metros que separan el mundo de este portal aciago y casi olvidado. Al final, llegue quien llegue, solo un manojo de nervios y de pupilas perdidas llegarán hasta este quicio tan al aire que está escondido a la vista de los demás. Esta casa, tan erguida ante todo desde tantos años, será el final de lo que pueda acercarse. 

Voy a sembrar el camino de un alambre afilado que atajará intentos de querer venir. Va a quedar tan enterrado, tan perdido en un suelo inhóspito, que no habrá exploración que lo sortee, que no habrá dios que lo evite sin perder en ese momento la bula de su pecado original. Destrozarán, arañarán y dejarán tendones al aire, al amparo únicamente de una luna y un cielo que no cuidan ya a nadie. El frío arraigará en esas heridas y así todo morirá: impulsos, nervios, ansiedad, imaginación y los miles de pinturas que esperan tras estas cuatro paredes. Todo muerto.

Todo yermo en el erial que quedará a las puertas de esta casa medio en ruinas, aunque tan reluciente... Ni las flores, ni las malas hierbas, ni un mísero insecto se acercará por este camino angosto y oscuro. Todo muerto en este desperdicio de tiempo en el que se recorren escasos metros. Todo ausente, todo quieto, todo ciego, todo sordo, todo en el más absoluto silencio...

Pero bien, así es casi mejor. Si al final nadie piensa acercarse al umbral de este edificio medio en ruinas, mejor impedirlo por si las ideas equivocadas. No, así estamos bien, cada uno bien perdido y guardado en la seguridad de su casa. No, así nos quedaremos, aislados tras un camino de espino que no perdonará un vacilar inoportuno. No, así mejor, que para todo lo conocido, ya no se trata ni de que sea malo o acabe peor.

Voy a sembrar el camino de filos y así aparecerá, como de la nada, quien pueda caminar sin sentirlo, quien solo piense en acercarse a la puerta de esta casa tan cerrada y llena de telarañas, tan en desuso que ya no le funciona ni la aldaba que sonase tiempo atrás."

jueves, 28 de abril de 2016

DISCUSIONES

"¡Ya está bien! No lo soporto más.  Se ha acabado eso de que decidas todo lo que tiene que pasar, cómo moverme,  adónde mirar,  qué recordar con cada olor que llegue desapercibido a mi nariz. Ya vale de tanta estupidez y de esta tiranía a la que te he malacostumbrado. Punto y final, y mucho más  a todo ese capricho que me hace mover los músculos como si de una marioneta se tratase este cuerpo.  No, ya vale, ya está bien.

No soportaré una más de tus de incisiones arbitrarias o con razón: no me importa lo más mínimo.  Esto de la inercia que me obliga a lugares que no comprendo, a momentos que no siento, a decisiones que preferiría mantener al amparo de esta luz de vida extraña se acaba porque lo digo yo; porque va siendo hora.  Tantos años siguiendo esos dictados que me han llevado a descubrir, si, y a terminar en otro rincón del mundo, en un páramo perdido que no lograba reconocer. No lo lograba, claro está, al principio, pero la costumbre se hizo fuerte y ahora casi se ha convertido en hogar. Pero no, ya basta de este dictamen imposible de seguir o de aceptar. Todo acaba, todo empieza y ahora es el momento de las dos cosas.

Desde hoy, y para no hundir los pies en barrizales, decido no volver a escuchar esas palabras sentidas que tanto me dirigen. Se acabó, no te soporto, no quiero volver a saber de ti.


Y,al final, el corazón hizo lo que le salió de los cojones y todo continuó igual."

martes, 26 de abril de 2016

FÍSICA CLÁSICA

"Qué cruel fue el universo
al crearnos de esta manera:
tú allí sin moverte, en el centro,
y yo sin parar de darte vueltas,
de orbitar como ausente de todo,
como si algo hacia ti me atrajera.
Pero no. Me acerco y, ¡paf!
Cambio de órbita y veo como te alejas.
Qué cruel esta distancia...
Y sí, sé que soy negativo, pero,
¿qué esperas? Si no te tengo,
si me falta tu halo de positivismo,
que cuando lo siento voy y...
¡Paf! Ya he vuelto a estar donde no era.
Crueles son las leyes de esta física,
que impiden que un electrón decidido
consiga, por más que orbita y orbita,
alcanzar al final su meta, su polo positivo.
Dicen algunos que de unirnos, todo reventaría.
¡Pues que así sea y se acabe todo!
Lo pienso y no es por rabia, sino por ironía,
pues del universo fue al fin el único fallo
al no habernos hecho a los dos, uno,
al habernos creado tan distintos,
al obligarnos a vivir tan separados.

Qué crueles son las leyes de esta física..."

jueves, 14 de abril de 2016

EL MUERTO VIVIENTE

"Cuando la tierra se abrió en el cementerio de la ciudad, lentamente comenzó a aparecer una mano pálida, ajada y de piel agrietada que se retorcía en espasmos. Piedra a piedra, el hueco se iba agrandando para dejar paso a todo el cuerpo que venía detrás. En apenas un par de minutos, el muerto viviente se erguía ante su propia tumba, tambaleándose y con la mirada ausente, fija en un punto perdido del firmamento. Pedacitos de tierra y pequeñas piedras caían rodando por los jirones de ropa que quedaban en aquél cadáver que regresaba desde otro mundo hasta colarse de nuevo en el agujero que su repentina vuelta a la vida había dejado, una tumba que ahora quedaba abandonada por su único ocupante.

La luna brillaba en lo alto de aquella noche, y lo hacía con tal intensidad que eclipsaba a las estrellas que tenía alrededor. De resucitar en algún momento, aunque fuese como un cadáver andante, ya podría haber sido cualquier otra noche. Aquel fulgor cegaba al ex-muerto agonizante. Tenía la sensación de que, de repente y sin previo aviso, sus ojos saltarían de las cuencas agusanadas que ahora habitaban en busca de la ceguera más absoluta. Antes no era así. Quizá cuando todavía conservaba la vida fresca y sin tocar, aquellas luces le hubiesen parecido incluso tenues en comparación con los días vividos. Pero esa noche, había una belleza tan enorme en aquella luna que no podía soportarlo, ya no, nunca más. Ahora, muerto por dentro y por fuera, muerto a más no poder, el exceso de belleza y brillo que se encontró en su revivir, quemaba y dolía como nunca hubiese imaginado en la vida que pasó buscando precisamente aquello: la belleza. Se acabó todo y la muerte era un lugar distinto, incluso estando vivo... Tanto dolor se precipitó dentro del nuevo zombi que, inconscientemente, se echó las manos a la cara y, apretando con tantas fuerzas como pudo, se arrancó los ocupantes de esas cuencas que, ahora sí, lucían vacías y ausentes de todo; de todo menos de gusanos, si acaso. Pero el dolor continuaba, a pesar de que ya no era capaz de contemplar toda aquella belleza que le rodeaba y que se le vencía desde lo alto. No podía ser, si ya no tenía ojos para ver el espectáculo...

El no-muerto se quedó instantáneamente quieto. Ni uno de sus raídos músculos daba signos de vida; o de cualquier cosa, más bien... El sufrimiento seguía pero, ahora que no podía ver lo que ocurría fuera de sí mismo, la sensación cambió. ¡Los pulmones! ¡Eran los pulmones! El aire alrededor era tan fresco, tan nuevo, tan húmedo y agradable que no hacía sino arañar a su paso por el interior del cadáver que volvía. El frío se pegaba a las paredes de nariz, boca, pulmones... Cosa que lo hubiese hecho sangrar, de no ser por la minucia de que ya no le quedaba ni una gota. Después de todo, aquella había sido la razón de su muerte: sorbo a sorbo, toda su energía se marchó en forma de hilillos rojos que se quedaron por el camino, destrozados y luego ignorados por todo lo que importaba. Ni una gota, como un muñeco de trapo que se deja hacer lo impensable, y no por no poder evitarlo, sino por no tener ni el ímpetu de hacerlo. De algo hay que morir... Pero se quedó, en aquella noche ahora oscura de ni una sola luz, sin una gota de las que pudiese tirar, y eso le venía que ni pintado. Al menos así lo creyó al morir, porque la resurrección le había descubierto que ni por asomo. Sin sangre y sufriendo por ese frío tan corrosivo que le llenaba unos pulmones agujereados por el tiempo y el esfuerzo: respira hondo, respira hondo y cierra los ojos... Ya no servía esa frase que le calmaba los nervios en otro tiempo, en otra vida; en vida, simplemente. Ahora el aire cortaba como un cuchillo helado. La solución, pues, no pasaba por otra cosa que no fuese esa idea persistente que se le formaba sin querer en su ahora reducida imaginación. Como hiciese antes, el zombi movió los brazos y dejó sus manos a la altura del pecho, apoyadas en sus huesos y jirones de carne. Durante unos segundos, así permaneció, como meditando el siguiente paso, hasta que con un rápido gesto apresó los maltrechos pulmones y los arrancó de su cavidad. Al fin y al cabo para qué los iba a necesitar ahora que ya no quería ni precisaba respirar.

No se detuvo. El dolor no cesó ni por un instante cuando los pulmones, envejecidos por la humedad del suelo y una muerte que a saber cuánto había durado, aterrizaron frente a sus pies. Un pequeño gusano, larva seguramente de cualquier tipo de mosca, salió de entre la uña de uno de los dedos y, curioso, se acercó examinar aquello que acababa de aparecer ahí delante. Lentamente, el gusano comenzó a devorar aquel manjar de años que se le había presentado. Seguía el sufrimiento y ya no era entonces ni por la belleza que ya no podía ver, ni por un aire espeso y frío que lo alejaba de la realidad y lo mataba por dentro. No era aquello tampoco y ya iban dos las veces que se equivocaba y lo pagaban los maltrechos restos de su cuerpo. ¡No podía ser! ¿De qué servía morir y luego volver a la vida, si al final el dolor seguiría latente y, por lo que parecía, oculto? Tenía que haber algo, que salir de algún lugar, porque no podía ser que aquella forma de pasarlo mal no tuviese explicación alguna. Entonces apareció una idea.

Ciego y sin necesidad ya de respirar una sola brizna de aire más, el muerto tuvo una revelación. Si ya no podía ver o tomar aire, quizá la culpa de todo aquel malestar que le seguía comiendo el interior a dentelladas tenía que ver con la sensación que le recorría la piel. Esa sensación, como si algo fuese a ocurrir, algo bueno, no dejaba de erizar el poco vello que había sobrevivido a su confinamiento bajo tierra. Insoportable era la palabra que más se le venía a la exigua imaginación. Intentó rascarse con el inútil resultado de arañar la piel una y otra vez. Como si de escamas se tratase, trocitos de cuero saltaban de los antebrazos de aquel cuerpo de carne azulada y envejecida. El dolor no se mitigaba, así que el zombi continuó arañando, rascando y haciendo mella en sus brazos, en las piernas, por el cuello... Por todo el cuerpo rascó el antiguo vivo hasta que no quedó el más mínimo rastro de piel. Ya no había lugar para aquella sensación que lo recorría, ya no había vello que erizar, o piel que estremecer; ya era un amasijo de carne desnuda y expuesta a todo. Pero el dolor no emitía, no detenía su avance y ni tan siquiera reducía su intensidad.

El muerto empezaba a volverse loco. “Un muerto loco”, pensó y sonrió ante aquella idea. Pero era insoportable. Aquella situación lo estaba destrozando por dentro y por fuera. No podía calmar la aflicción que, de alguna forma, le había atacado al volver a la vida o a lo que fuese que se pudiera llamar a su estado.

—Joder, resucitar para esto... Si lo sé, me quedo bajo tierra —dijo esta vez en voz alta, cabreado con el mundo.

Pero, ¡eso era! El dolor estaba tanto dentro como fuera y, si afuera ya no le queda nada con que percibirlo (o eso había intentado con sus mutilaciones voluntarias), quizá todo fuese un reflejo de lo que andaba en su interior. Ya no tenía con qué ver, con qué respirar o con qué notar la brisa al pasar alrededor. Ya no quedaba nada con qué sentir toda aquella belleza que le daba de lado; tanto que la buscaba, tanto que le era imposible conseguirla.

En un último acto de consciencia, el muerto volvió a poner su mano derecha sobre el pecho, justo al lado del hueco que había quedado tras la emancipación de sus pulmones. Un gesto rápido y la mano atravesó de nuevo las barreras que la separaban del interior de aquel torso cada vez más vacío. Una vez dentro, la huesuda mano apresó el corazón del zombi. Sorprendentemente, el órgano permanecía allí, intacto desde el momento de su muerte, latiendo incluso sin sentido pues ya no quedaba qué bombear. Pero, entonces: ¿por qué se movía? ¿Por qué seguía funcionando? De repente, lo entendió y los dedos fríos hicieron toda la fuerza posible en aquel estado de muerte relegada. Estaba en lo cierto, y aquello era la solución definitiva. Nada recordaba ya del mundo anterior, de la vida que había llevado; tan sólo quedaba aquella sensación de dolor y de no saber, de no tener ni idea de por qué suceden las cosas. Pero había dado con la solución.

Una vez arrancado su propio corazón, toda sensación desapareció. No hubo dolor, no hubo tristezas, no hubo nada, ni alegría siquiera. Pero ya no necesitaba de la alegría, pues nada le afligía ya. Satisfecho, si así se pudiese decir, el zombi se encaminó de nuevo hacia el agujero de la tierra de donde había salido. Por fin, de una vez por todas, estaba fuera de todo, oculto de veras a cualquier cosa que pudiese venir. Y, ahora sí, el muerto estaba muerto y ya no volvería jamás."

DERROTAS

"Todas las cabezas se giraron de repente. En lo alto,  como el brillo de un antiguo sol que alumbrara humanidades, unas imágenes incandescentes atraían e hipnotizaban todos aquellos ojos que, pendientes del movimiento de los veintidós, cerraban su experiencia a otro mundo más inmediato, más real y más ficticio,  más falso y encarnizado que cualquier resistencia social.

Todos contemplaban lo alto como ausentes,  como babas cayendo de una boca entreabierta y descoyuntada en el atontamiento de la sociedad. Todos miraban,  y mis ojos al suelo en desconexión,  en esa falta de contacto y de compartir lo que todo el mundo adora.  Mundo de soles de plástico, de ídolos mal construidos que no atinan a empalmar dos palabras seguidas con coherencia. Ídolos,  como nunca debió ser,  de cabeza vacía y bolsillos llenos, que dejan lo que fue digno en una mera impresión, en un simple recuerdo de una época en que todo era distinto, en que todo valía más de lo que cuesta hoy. 

Todos se giraron y se perdió el sentido de la vida. Ahogados en la imagen de lo deseado, de la envidia por no ser ellos, del ansia de ser más en cualquier competición. Todos se alzaron ante tanto que se marcaba. Todos se alzaron, la sangre comenzó a hervir y unos y otros se restregaron victorias y derrotas. Victorias en las que nadie conocido hubiese participado; derrota de cada uno que se encontrase enfrente,  a sangre y fuego,  a brazo partido  y cuchilladas si fuese necesario por sus ídolos, caídos o en victoria.

Todo el mundo alzó la vista mientras yo cerraba los ojos, ausente de todo lo que conocía el resto, intentando la concentración en un mundo que quizá, sólo  quizá, nunca acabe de existir.

Perdí el partido."

sábado, 9 de abril de 2016

LA PROTAGONISTA

"Esta noche voy a hacer de ti  la cosa más bonita del mundo. Escribiré tanto que, a fuerza de gastar tinta de bolígrafo, tendrá que salir en forma de gotitas azabache y brillantes todo aquello que impide que la luz inunde este lugar. Haré tanto que el páramo se volverá un valle verde, rodeado de las cumbres del agua más pura, del aire más fresco, del más nuevo sentir aunque solamente sea por una noche.

Esta noche haré lo más precioso que me ofrezcan mis manos. Y serás la protagonista de todo,  de un mundo entero ya cansado y de uno nuevo que no empieza a existir. Lo haré porque no me queda más remedio,  porque las imágenes se tiñen de verde turquesa,  porque no se puede pensar sino en imágenes recordadas de una noche de casualidad... Pero serás la cosa más bonita. Y así seguirá de hoy en adelante,  por muy oscura que se torne la noche porque, mientras vea esos ojos de soles incandescentes, nada más importará.

Serás la cosa más bonita que existe en esta noche eterna y pasajera, tan solo sea por haberte visto,  por saber que existes, o por la simple razón de que nunca estarás aquí. Serás la cosa más bonita de esta noche, de esta luna indolente que alumbra cuando quiere... Serás la cosa más bonita aunque solamente sea para mí."

viernes, 8 de abril de 2016

LA LLAMA AZUL

"Calor... Lo que daría por un poco de calor...

Cansada de vagar por páramos oscuros, con barro hasta las rodillas, los pies se arrastraban lentamente como si al mundo le fallasen las fuerzas para girar. Aún así, músculo a músculo, la maquinaria del espectro continuaba funcionando a través de una inmensidad insondable. Brizna a brizna, el aire helado cortaba milímetros de la oscura piel. Nada de sangre, eso ya había acabado tiempo atrás. Paso firme y adelante en la experiencia.

Pero lo que daría por algo de calor...

Lejos quedaba ya la ciudad de partida cubierta en llamas por completo; pero llamas frías y codiciosas que apagaban con su brillo cualquier atisbo de recuerdo. No, todo aquello ya debía de estar calcinado hasta los mismo cimientos de la razón. Y quizá así era, pero el susurro de lo eterno todavía conseguía aletear en una memoria casi perdida, totalmente ocupada ya por los yermos de alrededor. Que la ciudad quedase reducida a cenizas, que así caerían las falsas reinas que habitan el corazón. "¡Que caiga! ¡Que caiga!", susurraba la mente de la sombra oscura. "Desde la colina más alta lo celebraremos". Y así se hundió el antiguo reino de carne y hueso, de ver los colores del exterior, deshaciendo lo vivido en un recuerdo soterrado bajo los cascotes de un: "¿Quién fui yo?". Cayó todo y se hizo el más oscuro eterno, el más deseado y ensordecedor silencio.

Un pie tras otro, los pantanos se removían en borbotones de burla que emergían del barro, reventando sin remedio ante los ojos de aquella silueta andante. Ojos al cielo y, ¡qué sorpresa! Nada que ver. El lodo había tragado hasta la luz de la única estrella. Paso a paso, la sombra siguió su camino hacia lo más profundo del corazón. Razón ausente, nada más quedaba por hacer. Los centímetros se tornaron vidas, pero la sombra proseguía, terca en aquella decisión de abandonar la ciudad perdida y aislarse en lo más profundo que encontrase, en el trocito más apartado del más recóndito rincón.

Lo que daría por un poco de calor...

Un día, perdida la cuenta de tantos ya, un fogonazo interrumpió el silencio de la sombra. Como el fin de una era, un haz de luz cruzó de extremo a extremo el cielo dejando una estela brillante y nítida. La silueta perdida no tuvo más opción que presenciar aquel fenómeno como lo que realmente significaba. "Cuánto tiempo...". Sus ojos estudiaron lo que sucedía atentamente, conocedores de su corta duración. Pronto, en semanas, quizá en días, horas o minutos, el resplandor desaparecería dejando a la sombra volver a la oscuridad.

Así continuó el camino. Antes de que el hielo volviese a poblar el mundo de ese instante, la sombra se alegró profundamente. Apenas un segundo de su destierro huyendo de la llama azul había durado aquel destello, pero si ella había sido capaz de contemplarlo, seguro que así había hecho también alguien en el exterior.

Lo que daría por un poco de calor..." 

CUANDO QUISIERA

"Cuando quisiera encontrarte, buscaría hasta debajo de las piedras, en el rincón más perdido, más oscuro y más improbable de un mundo imaginado y a veces, solo a veces, reflejado en la realidad. Seguiría cualquier rastro que se acercase a tu presencia o que simplemente oliese a ti. Recorrería caminos que no existieran todavía con tal de seguir una senda, cualquiera, que llegase al final a dejarte frente a mi.

Cuando quisiera encontrarte, pasaría noches enteras con la mirada perdida en un horizonte arisco y desconocido, falso en vida hasta que una casualidad lo hiciese coincidir con las líneas de tu figura. Seguiría paso a paso el sendero más largo, observando a cada movimiento si una huella tuya se ha perdido en el barro. Caminaría como ido, perdido en un sentimiento tan encontrado como perdido, tan deseado como vivido en el suspiro de una noche.

Cuando quisiera encontrarte, pensaría en todas las historias de mis libros de terror, de aquellas películas que vi en la oscuridad, de aquellos fantasmas que no aparecieron porque si. Buscaría hasta en el más recóndito rincón de una conversación compartida casi porque eso tuvo que ser. Buscaría, y sin cansancio, hasta el extremo, en un reflejo claro de turquesa que aún no se ha llegado a conocer. Y es que, por buscar, buscaría en lo más profundo de ese mar de inoportunidad que persigue ciertas decisiones, ciertos encuentros y tantas situaciones... Por buscar, te buscaría sin más.

Cuando quisiera encontrarte, como te encontré en su momento, lo haría por pura casualidad agazapada en un rincón del tiempo en que no se puede coincidir. Pero te encontraría, que no te quepa duda, aunque fuese a altas horas de la madrugada, poniendo letra tras letra con la única luz del recuerdo de esos ojos de luna.

Cuando quisiera encontrarte, porque quiero. Sin embargo vivimos lo que buscamos, y no encontramos lo que queremos. Así, quisiera y no lo hago, por creerte tan lejos de todo, tan fuera de este momento, que las calles se hacen largas y separan estos pies de cualquier punto de encuentro. Cuando quisiera, y así es cierto, porque las ganas nunca faltarán por encontrarte, por mucho que permanezca en silencio.

Y si no se mueve ni un músculo, a pesar de buscarte tanto, es por querer encontrarte, aun por casualidad, pero sin tener que salir a tu encuentro."

miércoles, 6 de abril de 2016

ESTRELLAS

"Cuando el hombre vio la estrella, quedó pasmado ante tal belleza. No brillaba aquel astro como los demás; su luz, más intensa si bien más difusa llegaba a rincones de aquel hombre que, de tan adentro que se encontraban, ni tan siquiera él mismo conocía. "Si estos árboles hablasen...", se repetía incesante sin mover los labios, como sin sentido, ausente y perdido en aquella estrella del centro de su universo. Fue la primera y, como tal, inolvidable. Noche tras noche salía el hombre taciturno al amparo de una luna que, cuando aparecía, mejor: más oscuridad y la mirada siempre en la estrella. Día a día, mes a mes, el tiempo fue pasando en una nube de felicidad que solamente aquel hombre llegara a comprender.

Pero la estrella se alejaba. Inapreciable a la vista cansada de aquellos ojos gastados por el sol, el astro cambiaba su intensidad en parpadeos que difícilmente se podrían distinguir. Leves, casi nada, pero ahí estaban y, poco a poco, en la noche de los tiempos del ermitaño observador, el punto brillante, objeto de su devoción, terminó por desaparecer. Como un silencio desde la inmensidad de la tormenta, un último fogonazo confirmó la extinción de la estrella. Los ojos del hombre intentaron abrirse más y más, pero les era imposible. Grabadas en la retina, sobre aquellas pupilas dilatadas, quedaría la sola imagen del destello fugaz, del último suspiro de su estrella.

Se hizo la oscuridad. El resto del cielo nocturno desapareció engullido por una negrura tal que ningún haz de luz atinaba a rebotar en las hojas de los árboles del bosque, ni en sus manos, que colgaban como inertes a ambos lados, o en los ojos perdidos que miraban al cielo con el único objeto de volver a encontrar lo perdido. Se hizo la noche más negra y se hizo el más profundo olvido; olvido de fuera hacia adentro, de lo ignorado por el resto en cuanto a lo sentido. Y se hizo el silencio también, tan bienvenido en ocasiones como aquella. Pero es que, por hacerse, piedra incluso se tornó el corazón que se apagó como lo había hecho la estrella. Había cambiado el mundo y era difícil siquiera poner un pie tras otro en el vacío del bosque. Para evitar ya más golpes innecesarios al caminar completamente a oscuras, el hombre decidió quedarse quieto y no mover un músculo, párpados cerrados y lento respirar. No volvió a amanecer.

El tiempo continuó de nuevo su curso. Heladas cubrieron sucesivamente el mundo y todo lo conocido quedó enterrado. La piel sucumbió a la escarcha; el frío caló, como siempre, y alcanzó el hueso. Hielo, todo hielo. Al menos así, el silencio... Calma. Todo hielo y oscuridad. Calma y cerrar los ojos. Cerrar los ojos y no buscar... 

De pronto, en un momento imposible de concretar, algo traspasó las capas de hielo que cubrían los ojos de aquel hombre petrificado. Un fulgor extraño, pasajero, pareció iluminar de nuevo. En un instante, las manos quedaron libres de su prisión helada y se movieron. El cuello, como siguiendo el impulso, dejó caer varias placas diminutas de hielo al girarse en un lento movimiento que inclinó la cabeza hacia el cielo. Así, en esa postura, en ese preciso segundo, los ojos se abrieron. Miles de recuerdos inundaron la visión al abalanzarse unos contra otros en un caos nunca antes sentido. Allí arriba, dirigiendo todo el universo, había una nueva estrella aún más brillante, si cabe más hermosa que la primera. Presente en el centro de todo, dando vida a lo que había muerto, dejando caer el hielo que cubría al hombre en aquel destierro. Y volvió a la vida y retomó tantas formas de sentir que ya había olvidado.

Sin embargo, como el precio de todo aquello que tiene valor, el hombre aprendió una cosa. Aquella nueva estrella también acabaría por extinguirse, como lo hizo la anterior; sin embargo, el hielo y la noche oscura serían pasto del olvido. Tras aquella estrella quizá vendría otra, y puede que también desapareciese. Pero ahí seguiría el hombre con la mirada en el cielo, feliz por el simple hecho de verla pasar."